Perplejos los más, indignados bastantes, fríos casi todos, tal era el ambiente que se respiraba, al ritmo de jamón de Teruel y cava bilbilitano, tras la presentación del Plan estratégico de promoción agroalimentaria, una demanda largamente esperada por el sector.
Más allá del lema «Alimentos de Aragón. Comparte el secreto» —¿ibérico?—, que como todos puede gustar o no, la sesión de presentación, diseñada de una forma muy anglosajona, nos hizo sentirnos a bastantes muy estúpidos, cual negritos oyendo al amable colonizador que venía a garantizarnos el futuro.
Y no se dijo, o en voz muy baja, el presupuesto del plan —supimos su monto a través de la nota oficial—, diez millones en cuatro años. La cifra que todos ansiaban saber, pues una promoción sin presupuesto, no deja de ser un grito al sol.
Los expertos contratados para diseñar el plan, expusieron en la pantalla una serie de obviedades, sin aportar apenas metodología, que cualquier profesional local hubiera ofrecido tiempo atrás, con apenas sentarse un par de horas ante el ordenador o en una mínima tertulia. Y propusieron para su desarrollo las también habituales propuestas, casi todas, sin apenas concreción.
Esperábamos más, mucho más, especialmente tras una larga legislatura de promesas. Pero bienvenido sea el plan, que esperemos que llegue a buen fin, ya que ni tenemos presupuestos, ni sabemos quién determinará nuestro futuro a partir de junio.
Tiempo tendremos para analizar los materiales que se aportaron a los invitados, la práctica totalidad del sector agroalimentario y gastronómico aragonés. Que no somos tan tontos como nos hicieron sentir los ponentes y el presentador, aunque no supiéramos la íntima relación que existe entre la Constitución española y la agroalimentación aragonesa.
Pero nos dio, eso sí, para detectar que el rey estaba desnudo. Y bien alimentado, que para eso, como nos dijeron, «producimos muy bien, pero vendemos muy mal». Vaya novedad.