Hace un año exactamente, en el Día de Aragón en Fitur, el Gobierno de Aragón prometió delante de todo el sector, si la memoria no nos falla, medio millón de euros para la reforma del IES Miralbueno, la escuela de hostelería de Zaragoza. Cantidad que, aunque parezca mentira, no resulta excesiva para adecuar unas instalaciones a los nuevos tiempos y prácticas coquinarias.
Doce meses después, docentes y discentes, siguen saliendo a la calle para reclamar unas obras que se antojan imprescindibles. Hace dos días, este periódico publicaba que el instituto ha vuelto a denunciar la presencia de roedores, calificando la situación de «insostenible», saliendo una vez más a la calle para exigir las inversiones prometidas. La que fuera una escuela mimada por la administración −antes de las transferencias por cierto− sita en un edificio que suma más de medio siglo, agoniza, mientras otras instalaciones autonómicas acumulan polvo por falta de uso.
No será el firmante quien deba indicar la solución, si reforma, si traslado, si lo que sea, pero sí la enorme contradicción que supone promocionar el turismo desde la gastronomía, cuando las condiciones educativas de los futuros profesionales siguen siendo pésimas. Pan para hoy…
Los sempiternos debates meramente gastronómicos acerca del futuro de nuestra cocina, de por dónde debe ir y evolucionar, carecen de sentido sin profesionales futuros que la puedan ejercer, una vez formados. Más que probable, es seguro que las enseñanzas de formación profesional hostelera son claramente mejorables –los empresarios suelen quejarse en voz baja−, que hay que repensarlas y actualizarlas. Las cocinas avanzan mucho más deprisa que los programas escolares y lo que era imprescindible hace una década quizá sobre hoy.
Pero, de momento, parece mucho más urgente ahuyentar ratas –no es metáfora− y apuntalar techos –tampoco− que revisar el currículo y los programas escolares. O cumplir las promesas.