Era, y fue, la noche de los alimentos de Aragón, esos que ya es hora que dejen de ser secretos. Un encuentro en el que además de reconocer a diferentes entidades y personas del sector, desde la producción hasta la investigación, debería ser la cita ineludible para todos aquellos que tienen algo que ver con la agroalimentación y la gastronomía.
Faltaron algunos, es cierto, pero ellos se lo pierden y no es momento de reproches. Porque, como recordó Olona en un discurso bien tramado, la promoción de nuestros alimentos es una tarea colectiva, de todos los integrantes de la cadena. Recordó el mantra de que nos hemos centrado en «producir y producir bien», pero que «hemos perdido grandes oportunidades de liderar, de protagonizar, de patrimonializar y, en definitiva, de dominar el mercado. Al menos, precisó, ciertos mercados en los que tendríamos que estar en una posición más privilegiada.
Por supuesto que no somos ni los mejores, ni los únicos, tampoco nos vamos a engañar. Pero nuestro tamaño territorial, la estructura poblacional y la variedad de microclimas nos permiten reclamar ese puesto en las estanterías nacionales. ¿En qué otro pequeño lugar del mundo, por ejemplo, se producen las cerezas más tempranas y también las más tardías? Y podríamos escribir muchos ejemplos más hasta completar la totalidad de esta página.
Es pues, salvadas la diferencias, el momento de remar juntos. De querernos y de valorar a los que nos dan de comer todos los días. Lo que significa comprar de aquí, sí, pero también vender y promocionarse en casa. Ansiar estar en los lineales de Berlín, pero también en las escasas tiendas de nuestros despoblados pueblos, además de en los enclaves turísticos.
Querernos es asumir los mercados cercanos, mimarlos como se quiere a un hijo. Atenderlos y estar allí, aunque no se obtengan beneficios monetarios. Nada más triste que cenar en la capital, Zaragoza, y no disponer de un vino cercano. Hace no demasiados años no era la excepción, sino casi la norma. Querámosnos, todos.