Subtitulado como (e)xperimental bar, uno espera que el Moonlight no sea, como la coctelería, una moda pasajera. El entusiasmo y saber hacer de Borja Insa así como su esposa Rocío, bien lo merecen. Sostiene uno que gran parte de la actual coctelería atiende más al espectáculo que al sabor, pero aquí todo parece diferente.
Desde el ambiente, íntimo, hasta el interés de sus propietarios por acoger solamente a la clientela que puedan atender, pasando por su voluntad de perfeccionarse cotidianamente, escuchando las sugerencias de sus clientes. Y, por supuesto, su decidida atención hacia los cócteles clásicos, que por algo han sobrevivido a los tiempos.
Lo que no quita para que centren su atención en los catorce cócteles que han creado, recopilados en una preciosa carta ilustrada por Samuel Akinfenwa, que siempre se ofrece para dos personas, para compartir e interactuar, para generar emociones y sentimientos.
Todas las propuestas esconden una historia, la infancia en El principito, con espuma y recuerdos de la bañera, vodka, rosas, limón y canela. La cultura mexicana en su Mole, que aparece en el borde del vaso, y mezcla margarita con px y algo más. Hasta se han atrevido con un Negroni trufado, con el que participa en la ruta Descubre la trufa.
Y lo más importante, Borja sabe combinar sabores, equilibrar densidades, jugar con los ácidos, con el alcohol, con las proporciones, que pone a disposición de la clientela. Y si no le gusta la innovación, siempre le quedará un dry martini bien hecho. Usted mismo, uno no se lo perdería, ni lo clásico, ni lo innovador.
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