Queda poco más de una semana de campaña electoral, de la primera, y apenas dos columnas que publicar hasta el día de las votaciones. Uno, a pesar de leer varios periódicos cada día, contemplar diversos debates televisivos, escuchar la radio y seguir –con moderación, como la ingesta de vino− las redes sociales, sigue sin saber a qué atenerse.
Más allá de las habituales descalificaciones, apenas se escucha alguna propuesta concreta, medidas específicas en uno o en otro sentido. Habrá agua para todos, para el campo, la industria y la población, se nos dice. Pero ¿construyendo más pantanos? ¿con trasvases? ¿racionalizando su consumo?
Apoyamos el mundo rural y luchamos contra la despoblación, afirman todos, que coinciden en que hay que llevar la banda ancha. ¿Para gestionar explotaciones agrarias familiares que luego se encuentran con la imposibilidad de vender su producción a un precio razonable?
El turismo es uno de los fuertes de nuestra economía y hay que apoyarlo. ¿Con contratos laborales temporales o externalización de servicios? ¿Qué pasará cuándo ya no seamos el país más barato del Mediterráneo? ¿Seguirán viniendo los guiris?
No se hace uno muchas ilusiones en los días que quedan, por más que se aplique estos días de asueto en buscar los programas, para ver si se puede escribir con mayor enjundia la próxima semana, lo que duda a tenor de campañas anteriores.
Medidas para apoyar o no la agricultura ecológica, la cercana, la de proximidad, o para optar por el modelo estadounidense, mucho más industrial. Facilidades para que nuestros bares y restaurantes tradicionales puedan sobrevivir y no convertirse en aburridas franquicias siempre iguales a sí mismas. Propuestas reales, leyes, normativas, para no tener que pasarse el día desenvolviendo comida y acudiendo al punto de reciclaje. Decisiones para implantar la cultura alimentaria, con todo lo que conlleva, en las escuelas e institutos.
En fin, algo que sea concreto, medible y presupuestable. Propuestas y no divagaciones.