Jorge Hernéndez en una de las sesiones del Aula de Cultura Alimentaria que creó. Foto: Gabi Orte / Chilindrón
Si siguiera entre nosotros, Jorge hubiera acudido al Zaragoza Beer Festival. Y ayer, como todos los jueves de junio, hubiera inaugurado la XIV Aula de cultura alimentaria ‘A orillas del Ebro’. Y compraría en el mercado agroecológico, que impulsó hace mucho tiempo a partir de una estival cata de tomates ecológicos.
Hace una semana que nos dejó Jorge Hernández, refundador de Slow Food en Aragón y España, ingeniero agrónomo y militante de una nueva cultura alimentaria. Pero su huella se mantiene y son muchos quienes todavía reman en la misma dirección.
Siempre polémico, Jorge Hernández encabezaba desde Mensa Cívica la batalla por mejorar la alimentación en los comedores colectivos, tendiendo hacía lo próximo, ecológico y poco procesado. También desde Slow Food luchaba por recuperar productos singulares como las alcaparras de Ballobar o el azafrán del Jiloca. Colaborador de publicaciones como Gastro Aragón, hasta el final se mantuvo activista en las redes.
Más allá de su incansable actividad, toca hoy resaltar un aspecto importante de su lucha por los alimentos ‘buenos , limpios y justos’. Lo lúdico, el placer de comer, lo agradable que resulta estimular los sentidos con diferentes sensaciones, aromas, texturas, sabores…
La gastronomía no puede considerarse tal, si no va asociada al disfrute. Que no solamente es palatal, pues implicar saber que el productor del alimento ha sido bien recompensado por su trabajo, que se ha respetado el medio ambiente, que los procesos tecnológicos de elaboración son los imprescindibles, etc.
Comemos para sobrevivir, pero también para gozar. Ese es el principal legado de Jorge, que muchos, cada vez más, compartimos.