El Festival Vino Somontano es un buen ejemplo de cómo aliar gastronomía y cultura para promocionar un producto, el vino de la denominación en este caso, y, de paso, el territorio y el turismo. Como lo es también la Fiesta de la Longaniza de Graus, que tuvo lugar la semana pasada, los propios mercados del mundo de Pirineos Sur, la feria turolense del Jamón y tantas otras que se celebran a lo largo de las tres provincias aragonesas.
Cada año son más, y especialmente en verano, estos eventos que tratan de ensalzar un producto emblemático junto a la música o la cultura. Nada nuevo bajo el sol, como bien saben quienes viajan por Galicia donde casi cada parroquia dispone de su fiesta específica en torno a sus excelentes productos. Allí han sido capaces de generar una amplia difusión de los susodichos eventos, llegando incluso a inventarse itinerantes festivales de marisco –bastante decepcionantes, por cierto− que se pasean por ciudades españolas.
Y aquí, una vez más, nos falta capacidad para coordinarnos, aliarnos y vender de forma conjunta y eficaz nuestro elevado número de festivales, que podrían concluir con una gran muestra gastronómica aragonesa, de verdad, aprovechando el tirón de las fiestas del Pilar.
Pues, a pesar de las altas y optimistas cifras de asistencia que suelen ofrecer las diferentes organizaciones, la realidad es que la mayoría quienes allí se concitan son locales o turistas que aprovechan su estancia por la zona. Salvo excepciones, son pocos quienes se desplazan hasta Aragón para disfrutar de estos eventos gastronómicos. Y ahí precisamente está el reto pendiente, en traerlos, una vez que lo sepan.
Pues además de fiesta para los de casa, estos eventos deben servir de altavoz publicitario, auspiciar la comercialización de los productos más allá del Ebro y consolidar una economía basada en la agroalimentación y la artesanía alimentaria.