Uno es de papel, por más que no le quede más remedio que introducirse en las redes para ir viendo qué se cuece en ellas. Y dado que cualquiera puede expresarse libremente en ellas –¡faltaría más!, por otra parte−, se siguen publicando tontadas y más tontadas que ya deberían estar superadas.
Transcribo una, comentario a una foto de un plato, una vez corregidas las faltas de ortografía: «criticada y despreciada la cocina moderna (o molecular para algunos): vajilla enorme y única (muy cara), micro raciones ridículas (sabrosísimas, sí, pero aunque seamos gourmet nos gusta untar el pan en la salsa), complicaciones técnicas demenciales (hasta nueve pasos para hacer unas salsas de acompañamiento que luego solo son una gota en el plato. En fin un sindiós. Así que no es extraño el repudio popular a estas actitudes.»
Vale tío. Ninguna de las calificaciones sirve para el plato fotografiado, que no ha probado. ¿Y qué? Al que no le guste la cocina contemporánea, moderna, tecno-emocional o como se la quiera denominar, que no vaya. Hay mucha gente a la que no le gusta la casquería y no se pasa el día insultando en las redes a quienes degustan callos, riñones, lengua o hígados.
La grandeza de la cocina es su enorme diversidad, amén de la posibilidad que tiene el aficionado de zamparse un día unas clásicas lentejas con morcilla, para disfrutar al día siguiente de esas ‘minirraciones’ tan bien elaboradas. No es incompatible, sépase, de la misma forma que hay quienes se emocionan tanto con Beethoven como con Lou Reed.
Disfruten de la comida, cuéntenlo si les va la marcha en las redes, opinen incluso, pero, ¡por piedad! con un mínimo de información. No exprese su juicio sobre la salsa kimchi o el ceviche de ese restaurante cuando apenas ha salido de su barrio. No todo sirve.