Lunes, 23. Día décimo
Con la madre en casa habrá que establecer rutinas. Horario para el desayuno, ocupaciones para ella, cocinar juntos, buscarle programas en la tele… y revistas como el Hola, que sé que le gustan. Menos mal que los kioscos están abiertos. ¿Dónde tengo uno cercano? Hace siglos que no los piso.
Desayunada, le dejo delante de la tele, con el mando a distancia a su disposición. Desisto de explicarle cómo funciona el de Movistar y lo de Neflix. Total, acaba en Tele 5, con Ana Rosa o Nova, viendo unas interminables series turcas, repletas de atípicos mafiosos.
Teletrabajo. Me interrumpe. Si hubieras comprado el jamón, ahora te prepararía un tentempié. Sí, mamá, está encargado y hay una maza o lo que sea. O te haría unas magras con tomate. ¿Tienes salsa de tomate? Creo que sí, mamá.
Cuando me quito los cascos, oigo que ya está en la cocina. Hierve agua, burbujea la salsa de tomate ecológico entre trozos de chorizo frito, y lo que parecen trozos de un conejo se ahogan entre los pimientos que sobraron ayer. Está cocinando.
Tu sigue trabajando hijo, que ya te llamaré si te necesito. ¿Tienes tomillo? Creo. ¿Y laurel? Me temo que no. Se están acabando los ajos, hijo. ¿Tienes que comprar lechuga, que es muy sana?
Me olvido del ordenador y acudo a la cocina. Vete poniendo la mesa; en cuanto se haga la pasta comemos. Parecía un poco pocha, pero no olía mal; sólo le faltan dos minutos, me dice. ¡Cielos, la pasta fresca, los espaguetis! Agarro como puedo la cazuela, la de ella, la grande –para que no se pegue la pasta, hijo− y tiro el agua por la fregadera como puedo. Casi me quemo. Potente chorro de agua fría para salvar los restos.
Una auténtica maseta. Cuento hasta diez. Disimulo y la mezclo con la salsa. Hijo, deberías cambiar de marca de espaguetis, que estos son muy malos. ¿No hay una fábrica en Daroca?, tendrías que probarlos. Decido tirarlos, no hay quién se coma esto.
Afortunadamente el conejo está sabroso, muy sabroso. El toque de tomillo me evoca las tardes de invierno en la montaña, en casa. Y el higadillo, terso y crujiente, que siempre se reservaba para el abuelo, igual que la cabeza. Pero este conejo no tiene cabeza. Rechupeteo las costillitas. Y mis dedos. Recupero sensaciones perdidas hace tiempo.
No veo foto. Sin ajoaceite no es lo mismo, cabecea ella. Te haré uno esta noche para cenar.
Teletrabajo hasta la hora de la merienda. No ha cambiado sus extrañas costumbres: café con leche, pan viejo y olivas verdes. Se las ha traído también en la cazuela; como ella ya no las mata, se las hace traer de una vecina. Unas olivas tersas, rajadas, de intenso sabor, amargo y agreste. Nunca pude comer más de tres.
Pero ahora, con una manzanilla Solear en rama, de la saca del invierno 2018, la cosa cambia. Las levaduras, los frutos secos tostados, me empujan a comer más y más olivas. No puedo parar de comerlas… ¡Niño! Que te vas a indigestar, me reprende. No quiere quedarse con ellas; tendremos que racionarlas u olvidarme de la manzanilla a media tarde.
La convenzo para que me deje hacer la cena. No protesta. para así seguir viendo sus series turcas. ¿Qué le hago? Tiene que ser algo diferente, que le sorprenda y le guste. A la pizza no hizo ascos… probaremos con una hamburguesa. Se lo pregunto y le parece bien. Pero ponle de todo eso, como se ve en la tele…
Creo que saldré airoso. Cebolla hay, lechuga un poco, queso para fundir, también; pepinillos, mostaza de Dijon, kétchup –tengo uno francés, impresionante, de Alain Milliat, equilibrado y ligeramente picante−.
Busco las dos hamburguesas que congelé hace unos meses, por si venía mi sobrino. No están. ¡Cielos! Vino hace un mes, a reconfigurarme el ordenador. Solución de urgencia, escondida en un rincón de la nevera. Una muestra de Bio Burger vegetal y vegana, de tofu y wakame, precisamente dos unidades. ¡Salvado!
Espero que mi madre no sea alérgica, no creo. Porque en la información alergénica dice que «contiene soja, avena y trigo. Y puede contener cacahuetes, almendra, avellana, lácteos, huevo, sésamo, mostaza, apio, pescado, molusco y crustáceos, debido a origen marino de las algas».
Puestos a leer, me entero que sus ingredientes, todos procedentes de la agricultura ecológica son, por orden de presencia: agua, gluten de trigo, tofu –ya saben, más agua, habas de soja y sulfato cálcico como estabilizante−, copos de avena, algas wakame, brócoli, borraja, tomate, aceite de oliva, cebolla, salsa de soja –agua de nuevo, habas de soja, trigo y sal−, sal atlántica, ajo y especias. Parece que vegano no es exactamente igual a natural.
Frío la cebolla, corto la lechuga y los pepinillos, aprovecho un huevo duro en rodajas, y frío las dos hamburguesas con el queso por encima, que para eso ya me va dando. La mostaza y el kétchup en dos cuenquitos; el pan, tostado, aunque no sea precisamente bollo de hamburguesa. Es lo que hay. Lo cierto es que el aspecto no es muy de hamburguesa. Decido embadurnarla de ketchup y mostaza; a ver si cuela.
Hijo, te has pasado con las salsas. Ni siquiera adivino de qué carne es esta hamburguesa. No entiendo cómo os volvéis tan locos los jóvenes por estos bocadillos. Donde esté uno de jamón…
En fin, prueba más o menos superada. ¡Qué guapas son estas actrices turcas? Me quedo enganchado a la serie.