Miércoles, 25. Día duodécimo
Me llaman del super, ha llegado el jamón. Aprovecho la salida para acopiarme de más víveres. El jamón viene a pelo, sin instrucciones. Trato de comprar un jamonero en un supermercado; misión imposible. Ni sobornando a los empleados.
Por supuesto, a mi madre no le ha gustado el aspecto del jamón. Un poco escaso, hijo. Le explico que es de lo mejor de Aragón, jamón de Teruel con denominación de origen, con su estrellita mudéjar y todo. ¿Es de cerda? Yo qué sé. Como los de cerda que curva tu tía, ninguno. Y mucho más grandes, dónde va a parar. Con éste no tenemos ni para quince días. Bueno, a abrirlo.
¿Dónde tienes el jamonero, que te ayudo? Le explico el problema y también la solución. Encargar ya uno por Amazon, no sea que se endurezcan las medidas y desaparezcan los mensajeros. Esta tarde hay pleno en el Congreso y el asunto no apunta nada bien. De paso y para aprovechar el viaje, añado un lote de cuchillos. ¿Sabrá Jeff Bezos lo que es un jamonero? Seguro que no. Paradojas de la vida, que tenga que recurrir a un estadounidense para disfrutar de mi jamón.
Siento a mi madre ante la pantalla y le pregunto si hace falta algo más. Craso error. Pide el pasapurés, tupers −que siempre vienen bien hijo mío−, varias cucharas de madera, una cazuela de barro, una cafetera de toda la vida –la italiana, no le gustan las cápsulas− … hasta una olla exprés. Con la thermomix me planto. Creo que he pasado a la categoría de cliente preferente; la visa tiritando. Todo sea para verla contenta y no se acuerde de irse al pueblo.
Nos comemos unas lentejas con chorizo que ha preparado en mi ausencia. Trato de añadir una piza de curry en el guiso, pero me echa para atrás. Nada de moderneces, grita, y le echa comino a conciencia. En fin, el color es parecido.
Mientras ella sigue con sus series, me dedico a deprimirme ante la radio. ¡Vaya país y vaya políticos!
Entro en las redes y veo que el ajoaceite ha triunfado rotundamente. Me piden la receta, su origen, las claves étnicas incluso. Improviso acudiendo a los recuerdos de mi niñez en el pueblo. Tendré que pensar en explotar este filón.
Agotado de los discursos políticos, preparo una exquisita tabla de quesos. Menos mal que mis amigas de la Rinconada del Queso me avisaron de que pensaban cerrar la tienda durante la pandemia e hice un buen acopio, además de mantequilla, embutidos y diferentes grisines, italianos naturalmente.
Mi madre ni siquiera toca las mermeladas y confituras que los acompañan. Con pan y queso se hace el camino, hijo; no hace falta más. Vino, replico, que se está terminando la segunda botella de frizzante, madre. Anoto, pedir reservas bebibles.
Y me bebo uno de mis reservas, que reservaba para una ocasión. ¿Qué mejor que ésta? Recurro a la memoria del televisor y nos centramos en los turnos. Dios, todavía es miércoles.