Sábado, 28. Día decimoquinto
Mi madre da síntomas de inquietud. Revisa como puede los estantes de la minidespensa; mira y remira el congelador, contando los víveres. Le explico que las tiendas siguen estando surtidas, pero dudo que me crea. En cualquier caso, logro convencerla que es mejor no salir de casa todavía, ni siquiera a por pan. Hay bastante congelado.
La voy a sorprender cocinando de altura. Visto el éxito del puré de Robuchon, me animo con la Crema de coliflor con caviar. En cuando logro encontrar la receta en español –soy de la generación del inglés− me doy cuenta de mi error. Me supera totalmente, pero me lo he prometido a mí mismo. No queda otra que simplificar, amén de improvisar, pues carecemos de pie de ternera, escalonia, carcasa de langosta, perifollo o clorofila, por citar algo.
Al menos ofrece los ingredientes de la crema, pero no las instrucciones de uso. Menos mal que tengo de casi todo. Coliflor, que compré; nata, para los cortados; nata doble, ni idea de lo que es; curry, por supuesto, llegado directamente de Londres, de Harrods, gracias a una amiga –me trajo al menos diez diferentes; sospecho que pretendía algo más que llenarme la despensa−; caldo de ave, eso no, Aneto será; una yema de huevo, por supuesto –y guardaré la clara, algo saldrá−, aunque debería ser media, que somos solo dos y no cuatro; y harina de maíz, por supuesto que no tengo, de harina pondré.
Todas las recetas que encuentro llevan patata; supongo que Robuchon las habría gastado en el puré. Sin patatas, más fácil. Cuezo la coliflor, en trocitos bien lavados en el caldo, poco eso sí. Añado la nata y el curry, remezclo bien. Apago el fuego cuando hierve. ¿Y la yema? La echo y comienza a cuajarse, mierda. Prescindo de la harina, ni si siquiera sé cuando tocaba. Acudo raudo a por la batidora, me lio con el cable y tiro la cerveza –artesana, of course− por la encimera. Vaya chandrío. Eso sí, la vitrocerámica viene en mi ayuda y se apaga sola.
Culminada, más o menos, la primera fase. La siguiente es sencilla, poner el caviar encima.
¿Y de segundo? No quiero repetirme: hamburguesas, pero de carne ecológica, no de tofu. Y se las serviré en plato, para que sea una comida formal. Y de postre, helado, de Elarte, que para eso Aitor es conocido. Le sorprenderé con el Cremoso de frambuesa, que se «compone de un bizcocho de almendra y chocolate con una fina capa de cremoso de frambuesa, acompañado siempre con una bola de tu helado favorito», el de vainilla de Madagascar.
Pongo la vajilla de fiesta y decido servirle la comida ya emplatada. Deposito la crema de coliflor en un cuenco y dispongo cuidadosamente 10 gramos de Caviar Naccarii ecológico, del Pirineo, la mitad de la lata, por cierto a punto de acabar su vida útil.
Según deposito el resto en mi cuenco, observo cómo el caviar desaparece, tragado por la crema. Quizá esté demasiado líquida; no importa, así será más sorpresa. Ya en la mesa, observo a mi madre. Hijo, no has batido bien la crema; salen unas cosas negras. Es caviar, mamá.
¿Qué? Caviar, las huevas del esturión, uno de los más buscados manjares del mundo. Lo que tú digas hijo, pero la próxima vez ponle menos sal al cavial ese, es muy fuerte. Bien empezamos.
Sirvo las hamburguesas, con la habitual panoplia de salsas. Hijo, esta carne está cruda. No mamá, las hamburguesas se comen al punto, crujientes por fuera y apenas hechas por dentro. Será así en tu casa hijo, pero a mí me la haces más. Lo hago.
Del postre no se queja, es lo que tiene ser laminera. Prueba más o menos superada.
Le anticipo que esta tarde hablará por Skype con sus dos hijas a la vez. ¿Cómo, si cada una está en un sitio diferente? ¿Una oreja para cada una?
A la hora convenida le planto el portátil delante. Le saco del balcón, donde estaba gritando con los niños del vecindario. ¿Otra balconera cita diaria o será sabatina?
Ahí están sus dos hijas. La sanitaria con cara de cansada, pero optimista; la del pueblo, feliz en su buscado aislamiento. ¡Qué invento, hijo! Qué adelantos, la maquinita. Holaaaaa. Mamá, no hace falta que grites. Dejo a las tres con sus cosas, sin que mi madre deje de gritar.
La hora de los aplausos pone fin al diálogo. Quedan para la próxima semana. El del tambor, el presidente, no lo suelta ni a tiros. Y aún faltan ocho días para la Semana Santa.
A las nueve, más ruidos desde la calle. ¡Una cacerolada! Si la del rey ya fue, ¿ésta que significa? Voy a necesitar otro tutorial de citas balconeras.
Más medidas del gobierno ¿Soy esencial? No para la cocina. Rapiñamos casi todos los restos de las comidas de la semana.