Lunes, 30. Día decimoséptimo
Lo soy, esencial. Pero hasta que el BOE no se aclare no tengo mucha faena, más allá de decir y desdecir, pues las instrucciones administrativas son contradictorias entre sí.
Decido adaptar la canción de moda a mis nuevas circunstancias, Cocinaré:
Cuando acabe todas las conservas
Cuando duerma con esta oquedad
Cuando se me cierren las papilas
Y la tripa no me deje en paz
Cuando sienta el miedo del hambriento
Cuando cueste mantenerme en pie
Cuando se rebelen apetitos
Y me traigan otra vez la sed
Cocinaré, erguido frente al fuego
Me volveré un pinche para ablandecer la piel
Y aunque los humos de la casa huelan fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Cocinaré, para seguir comiendo
Soportare quemazos y jamás me rendiré
Y aunque los guisos se me rompan en pedazos
Cocinaré, cocinare
Cuando el plato pierda toda su magia
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la ageusia
Y no reconozca ni un sabor
Cuando me amenace esa hambruna
Cuando en mi cazuela se haga crac
Cuando el hambre pase la factura
O si alguna vez me falta sal
Cocinaré, erguido frente al fuego
Me volveré un pinche para ablandecer la piel
Y aunque los humos de la casa huelan fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Cocinaré, para seguir comiendo
Soportare quemazos y jamás me rendiré
Y aunque los guisos se me rompan en pedazos
Cocinaré, cocinare
Pero antes tendré que salir a comprar. Ya por la tarde, de momento, limpieza de nevera.
Estreno mi carrito nuevo llegado en el lote de Amazon. Nada menos que un Winkeep, con seis ruedas, plegable y transformable para llevar cajas, lavable, nada ruidoso; una monada.
Decido apoyar al pequeño comercio y entro en uno de ellos, una frutería –que también tiene verduras, como todas, por otra parte−. Lo bueno de comprar así es que controlo lo que cabe en el carro, mucho por cierto, además de no tener que usar esos incómodos guantes de plástico barato. Bien es cierto que llevo unos de goma y también la mascarilla.
Resulta difícil entenderse tras dos mascarillas, especialmente cuando uno no sabe muy bien de qué va el asunto. ¿Los plátanos, de Canarias? Claro. Las patatas ¿para freír o para cocer?; para ambos. ¿La cebolla para ensalada? Y para sofritos, respondo cual experto. ¿Los espárragos, gordos? Ya no sé si se trata de una curiosona cotilla o simplemente una frutera diligente y amable.
Lleno el carro de productos vegetales y aprovecho su bolsillo delantero para diversas chacinas. Salchichón ibérico, queso francés, jamón dulce –que no de York, lo hacen los propios carniceros−, salami italiano, etc. Será la cena.