https://www.facebook.com/BodegaEnate/

Martes, 31. Día decimoctavo

Tras gestionar el paro, provisional eso sí, de decenas de personas, decido cocinar. Mi madre se encuentra muy entretenida mirando a las palomas. Mira hijo, me ha dicho al desayunar, esas dos –y las señala desde el balcón− se estaban dando el pico y luego han hecho el amor. Prefiero no imaginármelo.

No parece infectada, desde luego, pero cada día se va un poco más de cabeza. Le rendiré un homenaje, cocina sencilla. Una sopita de pasta y verduras y esas pechugas rebozadas que nos hacía de pequeños, con patatas paja. Total, tiempo es lo que me sobra.

Azuzo la memoria. Recuerdo que la sopa llevaba caracolas de pasta, legumbres y verduras; era una especie de comida de fin de mes, aprovechando sobras ¿Qué legumbres, cuáles verduras? Recurro a la red antes que a mi madre.

Coño, si eso es una minestrone. A ver si la jefa sabe más de lo que aparenta. Me fío del Hola, más que nada porque tengo todos los ingredientes. Hasta el apio, la suerte de tiene dejarse convencer por la frutera. La rutina del sofrito de ajo y cebolla; la zanahoria, la patata, el apio, el calabacín, todo junto. Caldo Aneto, nada de agua, y ya puestos, un buen chorro de vino. Echo la pasta y cuando casi está, los guisantes y las alubias de sobras. Al servir rallaré parmesano recién llegado de Italia, concretamente al restaurante El Foro, de donde lo despisté aprovechando que me invitan a sus jornadas mensuales. Creo que lo vieron, pero tengo tantos seguidores…

Recuerdo que las pechugas estaban empanadas y dentro llevaban, sí, una especie de bechamel. Vuelvo a la pantalla. ¡Rediós! Pechugas a la Villeroy se llaman. ¿Pero qué madre tengo? ¿Me ocultará una vida anterior como experta cocinera? Trataré de sonsacarle.

Ataco la bechamel. Mantequilla, bien, se derrite según lo previsto; añado la harina a través de un colador –a eso llama tamizar, voy a tener que hacerme un diccionario−, pero poco a poco. No logro tamizar y remover a la vez, como parece mandar la receta. Necesitaría un tercer brazo –de verdad, no la minipimer−; así que tamizo, mezclo, tamizo, hasta que queda una especie de masa tostada, que al parecer se llama roux. Añado la mitad de la leche, caliente para que no se hagan grumos, pero que si quieres arroz Catalina. El roux ese, al estar también caliente, no debe saber que la leche ya lo está. Salen grumos, decenas, cientos, que voy tratando de aplastar. Cada vez que mato uno, se esparrama más harina por la salsa.

Decido que ya está. Grumosa, pero está. Así que recurro al tercer brazo, sí ahora sí, la minipimer y queda una salsa bastante cremosa. La doy por buena y la dejo reposar según las instrucciones, supongo que por el vaivén que lleva; menudo mareo.

Frío las pechugas levemente. Y las embadurno con la bechamel, napar dice el listillo que ha publicado la receta. Pues no, querido, eso es sufratar: «Napar carne o pescado con una salsa que una vez fría permanece sobre el producto. Lo sostiene la Cofradía Vasca de Gastronomía, que algo sabrá.

«Reservamos durante una hora en la nevera para que enfríe y coja cuerpo la salsa». Más a favor de sufratar, pues requiere enfriamiento. Ni loco, que nos darán las cuatro y sin comer. Así que napado o lo que sea, pero ya.

Recuerdo perfectamente la fórmula para rebozar. Harina > Huevo > Pan rallado. Regla mnemotécnica: orden alfabético. Frío sin lograr evitar que la costra se abra como la ropa de la Masa cuando se transforma. Bueno, es lo que hay.

Llevo la sopa –la pasta se ha pasado, cosas del fuego residual de las vitro− a la mesa. Mira mamá una minestrone. ¡Ah, sopa de sobras! Vas aprendiendo hijo. Me temo que de vida anterior, nada.

Las pechugas no tienen buen aspecto, a qué engañarnos, pero mezclando todo resulta bastante agradable. Sí, me olvidado de las patatas paja; abro una lata de esas gallegas, las Bonilla, las que aman en Corea. Yo también he visto Parásitos. Por cierto, están agotadas en su web, se siente.

No ha sido precisamente una comida de cumpleaños, pero nos hemos alimentado. He visto pasar un cuervo, hijo mío. Cada loco con su tema.

Al entrar en las redes, por la tarde, me entero de la muerte de Ramon Justes, que fuera nominalmente director de Marketing y Comunicación de Enate, pues parecía mandar mucho más. Busco algún Enate en mi vinoteca, una Liebherr WTES5872, de tres zonas de temperatura, entre 5 y 20º, sin vibraciones, control de humedad y alarmas varias, además de frontal en diseño HardLine de alta calidad. La conseguí a cambio de likes y post para la casa, pero ignoro si llego a vender alguna en la ciudad. Tanto me da; mi vino, a buen resguardo está.

Encuentro un Enate Uno blanco del 2003, la primera añada de este carísimo vino. Recuerdo que, aunque reticente, Justes finalmente me tuvo que invitar a la presentación en Barcelona. Mis esfuerzos me costó, porque era un tipo muy clásico, esto de los influencers no lo veía nada claro. De hecho, estuve, pero el viaje me lo tuve que pagar yo, no como los plumillas de los periódicos y revistas, que hasta de hotel disfrutaron. Me cabreo retrospectivamente y opto por un merlot merlot del 2015.

Menos mal que a mi madre no le gusta. Pero no se queda sin rendir homenaje al oscense, pues tengo un experimento de Enate, un gewürztraminer dulce de antes de salir al mercado.

Por poco se bebe toda la botella. Me habla del cuervo, mientras me centro en las desgracias de la turca.