Lunes, 13. Día trigesimoprimero
Día trece tenía que ser. El trabajo me abruma. Decenas de papeleos, pues a los ERTEs dichosos hay que sumar los IVAS trimestrales, los IRPF trimestrales. Que si se aplazan, que sí no. Que si los clientes envían los papeles, que si no tienen escáner para las facturas en papel.
Pasar del trabajo presencial al teletrabajo no puede hacerse de sopetón. Es lo que hay. No me queda más remedio que pactar con mi madre que tome el mando doméstico, al menos un par de días. Miedo me da, pero no hay otra.
Por supuesto, ella feliz. Así puede dejar de hacer mascarillas, pues se siente obligada por el diploma de Lambán. Dos sábanas viejas me ha destrozado ya, con su correspondiente almohada, de donde ha surgido una mascarilla doble, vaya usted a saber por qué. Por cierto, no ha llegado el diploma, ¿me habrán pillado con la edad? ¿Tanto nos controlan?
¡A comeeeeeeeeeeeeeeer! Parece que ha rejuvenecido, ¡hasta quería salir a comprar! Ha puesto la mesa, ha preparado acelgas y carne estofada, aceptable, por más que poco intensos de sabor. Y pretendía fregar, pero le he explicado que se gasta menos agua con el lavavajillas que a mano; accede, pero sin creérselo.
Antes de caer en la siesta reflexiono ante las noticias que me llegan al móvil. Los estancos se quejan de una caída de ventas del 60%. ¿Cómo? Ha dejado de fumar el personal por el confinamiento; no me lo creo. ¿Dónde están esos fumadores, nada menos el 40%, que no se acercan a por su dosis? ¿Solo fumaban los abuelos? –humor negro, ya perdonarán−
La paralización del turismo afecta drásticamente al consumo de pollo. ¿En serio? ¿Los turistas eran los que se comían el pollo nacional? ¿Los españoles nos atiborramos de pollo en los restaurantes cuando viajamos?
La tarde también se esfuma entre formularios.
El par de perfectos huevos fritos que me prepara para cenar hace que hasta me olvide de Instagram; amor de madre. Le pongo en la tele Mujercitas, amor de hijo.