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Diario de un ‘foodie’ confinado (XXXII)

PAVO ok

Pan microondas

Martes, 14. Día trigesimosegundo

¡A comeeeeeeeeeeeeeeer! Me sobresalta mi madre. Hijo, nos estamos quedando sin verduras, esto es lo que he conseguido hacer: unas alcachofas. Como no podía cortarlas y, por no molestarte, las he cocido enteras y luego las he pelado; por eso están tan feas, pero ricas, que las he probado. Y filetes de pechuga a la plancha.

Esto no es vida, hasta entiendo a Rajoy, que parece que se ha saltado el confinamiento para caminar. Y eso que él tendrá casa grande y sin madre, supongo. En cualquier caso, me he puesto al día con el curro atrasado y ya dispongo de tiempo. Necesito comer diferente, con nuevas sensaciones. Mañana iré a comprar más provisiones; de momento… ¡la levadura!

Le pido a mi madre alguna receta con levadura. ¡Ay hijo! yo no soy muy de eso, solo se hacer un bizcocho, el de yogur. Se me ocurre una idea, le digo, haremos pan. ¿Pan, nosotros? No mamá, haremos uno muy sencillo, en el microondas, que tengo la receta, y, por supuesto, levadura, de colección además.

Me encanta tomar el mando. Pan y microondas, dos dimensiones ajenas a mi madre, por lo que podré sorprenderla con mis habilidades. O eso espero; no parece muy complicado: Pan en el microondas en diez minutos, dicen los de Directo al paladar. Veremos.

Me preparo concienzudamente, como si estuviera preparando una subvención de la DGA, máxima atención, instrucciones inverosímiles, requisitos absurdos. Mientras tanto, para que se entretenga, le coloco Lo que el viento se llevó en la televisión.

Se precisan 8 gramos de levadura, es decir, o me sobran 3,5 gramos −¿cuándo llegará la normalización a las papelinas de levadura? ¿No tienen una AENOR o así?−, o preciso más harina. Opto por lo segundo, aunque me cueste varias reglas de tres. Harina: 250×11,5/8 = 359 gramos. Y así con el agua, la sal y el aceite de oliva virgen extra, hoy por ejemplo, empeltre, más de aquí.

Una vez que he preparado todo en sus respectivos cuenquillos, con la cocina repulida como si fuera un plató de televisión, llamo a la jefa. Incordiona, como siempre, ¿No has encendido el horno? No, lo haremos en el microondas. Sospecho que no tiene mucha confianza en el invento, pues disimuladamente comprueba el estado de la panera –vacío− y saca pan del congelador, ya sin disimulo. Por si hacemos corto, se disculpa.

Según las instrucciones coloco en el bol más grande que tengo todos los ingredientes. Los voy mezclando gracias a un tenedor. Siguiendo la receta, cuando ya es materialmente imposible, amaso en la encimera −«hasta que la masa se haya vuelto elástica, suave y lisa»− o hasta que se cansa mi madre, que se ha animado a probar.

Cuando nos cansamos del trajín y la masa se parece a la de la fotografía, formamos dos trozos, más o menos ovalados, hacemos dos cortes en la superficie –en forma de cruz, toque personal− y lo depositamos sobre papel vegetal en un recipiente apto para el microondas, que para eso ya me llega.

Inciso. Papel vegetal. ¿No tienen dicho origen todos los papeles? ¿O se creen, por ejemplo, que el denominado papel cebolla se hace con dicho bulbo? El conocido en cocina como tal, e trata, en realidad de papel sulfurizado, es decir tratado químicamente −se le da un baño en ácido sulfúrico, de ahí el nombre− para tapar los poros de la celulosa y así hacerlo impermeable y también resistente a las elevadas temperaturas de un horno. Que uno también sabe documentarse.

Obviamente, no dispongo de esa cosa, pero tampoco el microondas es un horno, con lo que dudo que se pueda carbonizar. No obstante, hago una prueba previa con un folio y no siquiera se calienta mucho.

Tras cuatro minutos a la máxima potencia, nuestros panes al folio están listos para su consumo. Ciertamente es un poco soso, pero tras el paso por la tostadora mejora bastante, como comentan los del paladar.

Mi madre me contempla con admiración. Mi valoración cocineril ha crecido varios puntos. Para celebrarlo, y no meter la pata, saqueo la despensa para preparar diferentes montaditos. Patés variados, de verdad −cerdo y oca− y asimilados −oliva y pimientos− gracias a su textura; quesos de untar, gorgonzola y torta del Casar; sobrasada, que como aprendí en Mallorca se coloca con la mano sobre la tostada; los restos de la parte superior del jamón, que ya apunta hueso; anchoas, no, que aún nos dura el atracón.

Mi madre hasta se anima a probar mi vino, un Tres Picos de 2015; le gusta. Menos mal que era un magnum. Se acaba.

La cocina sencilla tiene también sus satisfacciones, que caramba.

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