sofa cama desplegado

Del sábado, 25, al jueves, 30. Días cuadragesimotercero al cuadragesimonoveno

Todavía dormido, al darme la vuelta en la cama me encuentro con algo frío y huesudo. ¡Díos mío! Mi madre. ¡En camisón y en mi cama! O yo en la suya, en puridad. Menos mal que mis niveles de testosterona están bajo mínimos.

Reacciono todavía aturdido. Es que no podía dormir en el sofá, hijo, se excusa. No he sabido abrirlo. Y me he caído tres veces. En su estilo, contrataca, tampoco pasa nada porque duerma contigo, que te he parido…

Medio inconsciente, constato que no se ha hecho nada, más allá de un moratón en el brazo. Cumplido el deber de hijo, incluso enfermo, me tiro sobre el sofá, tal cual, tratando de recuperar el sueño. Pero antes consigo expandir el mecanismo interno del mismo, con lo que dispongo de una adecuada y extensa superficie. Algo fría, por cierto.

Según caigo en brazos de Morfeo siento un delicioso calorcillo que equilibra la temperatura ambiente con la mía corporal, y no es solamente por el peso de las mantas que ha depositado mi madre. Como no tienes bota de agua, he tenido que vaciar una de tus botellas para calentar la cama, hijo, no había otra; igual que cuando eras pequeño, en el pueblo.

Sospecho que he perdido un gran reserva, que me provoca, por cierto, casi el mismo calorcillo que si lo hubiera ingerido en las condiciones habituales, en la copa adecuada, a su temperatura. No obstante, un vacilante corcho a medio hundir, que sobrepasa el gollete, me impele a no moverme en exceso, no rebatir, no pensar. Tan solo dejarme llevar; efectivamente, como cuando era un niño.

Cuando despierto, mi madre sigue allí, más sonriente que el dinosaurio, velando. ¿Otro caldito, hijo? Parece que te han sentado muy bien, aunque casi ya no quedan muchas botellas. Los he hecho todos con vino, que sé que te gusta mucho y es muy nutritivo. Además, les he puesto bien de ajo y cebolla, buenos para la salud. Y de todo lo que había por la nevera.

¿Qué día es, mamá? ¿Cuánto tiempo llevo en el sofá? Varios días y sus noches. ¿Cuántos? No lo sé, cariño, he perdido la cuenta. Como no tienes calendario que tachar –mira que te dije que compraras el de san Antonio−, ni periódicos… Y en la tele siempre ponen el mismo programa, de unos que sobreviven en una isla.

Ni siquiera he podido apagarla. Igual se han gastado las pilas del distancio, pero como te gusta dormir la siesta con ella puesta, no me ha parecido un gran problema, responde. Así que no te la he desenchufado.

Miro el mando que, obviamente, no manda: es mi móvil, efectivamente sin batería. Con lo que es el distancio lo que ha dormido conmigo durante este tiempo Normal que no llamara nadie. ¿Cuánto llevo así? ¿horas? ¿días? ¿semanas?

Supongo que muchas no, porque suenan aplausos, de lo que deduzco que seguimos confinados. El telediario de la Cinco –sobrevive− habla de que no permiten las manifestaciones del primero de mayo, pero que en Zaragoza sí.

Mientras el móvil se carga, consulto la Tablet. Es jueves, víspera del primero de mayo. Llevo cinco días encamado, mejor ensofado. Pero me siento mucho mejor que cuando me acosté.

¿Quieres más caldo? Gracias mamá.

 

 

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