Poco ha aprovechado nuestro sector turístico que el ministro de Sanidad, Salvador Illa –probablemente una de las personas mejor informadas sobre la situación de la pandemia– esté pasando unos días de vacaciones en Aragón, concretamente en el Matarraña. Según informa La Comarca, precisamente en el Hotel Villa de Cretas compartió mesa y refrigerio con el arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella, cuya presencia es más habitual en la zona, ya que nació allí.
Como tampoco lo ha hecho con la estancia de la ministra de Exteriores, Arancha Gonález Laya, en Bielsa, que afirmó que «me he sentido absolutamente segura. Aragón es un lugar seguro, España es un lygar seguro».
Parece que los inspectores de la edición española de la Guía Michelín vuelven al trabajo, parta tener todo a punto el día de la presentación de la edición 2021, prevista para el próxima 30 de noviembre. Según su director, José Vallés, se adaptarán a las actuales circunstancias y «bajo ninguna circunstancia habrá ninguna cuestión de sancionar a un establecimiento en este clima económico y de salud». Eso sí, los servicios para llevar, que han implantado bastantes restaurantes, «no estarán sujetos a evaluación».
Tras meses de gestiones, el Melón Torres de Berrellén ya es una marca registrada, concretamente la 4.032.476, según informa Heraldo de Aragón. La Asociacion de Amigos del Melón de Torres de Berrellén ha logrado, en colaboración con entidades como el CITA, ir recuperando el cultivo de esta fruta, antaño afamada en la localidad. Esperemos que el proyecto tenga más recorrido que la cabra moncaína.
Le cuentan a este tapao que la policía local zaragozana mide el aforo de algunas terrazas según la normativa anterior a las ampliaciones. Es decir, que no contempla las medidas municipales que han incrementado el número de mesas, exigiendo el 50% de las habituales a principios de marzo. De ser así, se debería escuchar con más potencia la voz de la asociaciones que les defienden.
Corren muchas protestas por las redes, pero poco se escucha a los representantes más allá de protestas genéricas contra las medidas de las diferentes Administraciones, como el cierre de discotecas y las restricciones a fumar en la vía pública.
Uno, a mitad de camino –ya no puede fumar en las terrazas, ni salir de marcha hasta altas horas, ni prorrogar las cenas con la aquiescencia del personal del restaurante– entiende que ambas partes tendrán que sentarse y negociar. Mejor antes que después.
Nada será igual después de la pandemia, ya lo sabemos; como también somos conscientes del cierre de numerosos establecimientos –bastantes de los cuales, por cierto, sobrevivían en precario–, pero habrá que asumir el futuro de cara. Salvo que deseemos perder una de las características de nuestra cultura mediterránea y convivencial.