La hostelería aragonesa, que tan mal lo está pasando estos últimos meses –los cierres ya se cuentan por decenas–, ha decidido volver a la actividad y seguir generando eventos para el disfrute de los aragoneses y los pocos que nos visitan. Con otros formatos, derivados de las normas de seguridad y distancias; evitando aglomeraciones; propiciando también el consumo a domicilio; pero buscando reencontrarse con ese público que, a su vez, quiere seguir disfrutando de tapas, bebida y platos.
Ciertamente, la oferta ha venido casi toda de golpe, en este septiembre de retorno a una ‘normalidad’ más o menos convencional. Eventos que buscan recuperar a un público, todavía desnortado por los efectos de la pandemia.
Tendremos que acostumbrarnos, pues esto va para largo. Y, salvo para los más extremos, no parece que recluirnos voluntariamente sea la solución. Con mesura y distancias, debemos tratar de recuperar esa cultura relacional y mediterránea que, aquí, pasa por los bares y restaurantes.
Con responsabilidad compartida. Los clientes debemos exigir a los establecimientos que cumplan exhaustivamente con las normas –como hace la mayoría del sector– y obviar a los que se las saltan, pero también debemos respetarlas nosotros mismos. No podemos convertir en policías a los sufridos profesionales del sector, que llevan meses respirando nuestros vahos tras sus mascarillas.
Probablemente bastantes renunciarán al café y pincho mañanero –el teletrabajo afecta– y bajará también el número de comidas de trabajo, sin olvidar la actualmente nula incidencia del turismo en la facturación hostelera. De ahí que debamos ser la gente común quien se preocupe por sus hosteleros, que tanta felicidad nos ofrecen, saliendo morigeradamente, a volver a tomar nuestros bares y restaurantes. De pocos en pocos, y con distancias.