Mientras los de uber eats me inducen a montarme interpeñas en casa –nada más lejos de mi imaginación–, docenas de propuestas me recuerdan que no se celebran fiestas del Pilar. Desde los teatros, incluidos aquellos que solamente abren estas fechas, hasta la venta de objetos conmemorativos. Y, por supuesto, las propuestas de decenas de menús especiales para estos días venideros, varias de ellas, por cierto, patrocinadas por diferentes instituciones aragonesas. Así que uno se ilusiona y piensa en salir.
En paralelo, las autoridades me recuerdan que cuidadín, que mire lo que ha pasado en otras localidades aragonesas que tampoco han celebrado las fiestas, que volvemos a la fase 2 –ya recurrida por la hostelería–, que nada de cenas prolongadas. Así que uno se desilusiona y piensa en quedarse en casa.
También piensa uno en todos –menos en los jefes de uber–, hosteleros, floristas, mensajeros, taxistas, músicos, actores, que tienen que ganarse la vida. Y quiere contribuir.
Tenemos ganas de juntarnos en familia, pero somos más de diez, ¿comemos en dos turnos? ¿dónde? Quizá venga, aprovechando el puente, ese amigo al que solamente vemos de año en año, ¿quedamos? ¿dónde? ¿Aprovechamos el puente y las vacaciones escolares y huimos de la ciudad?
No son preguntas de fácil y única respuesta. Crecen los debates familiares y también las tensiones. Por eso, los que tenemos cuñados, esa especimen ahora también especialista en pandemias, lo tenemos claro.
Al restaurante o al bar, pero por toda la ciudad, no solamente añorando el entorno del Pilar. En cualquier horario, mejor desayuno festivo, almuerzo con huevos fritos camperos o merienda con brasa a media tarde, evitando así las prolongadas sobremesas. La hostelería segura –la inmensa mayoría– nos garantiza la higiene, la desinfección, el suministro de gel, el máximo de diez, la distancia entre mesas.
Además de evitarnos cocinar, fregar y tener que llamar a la policía para contener al cuñado. Ya lo hará el camarero por nosotros.