Uno de los efectos de la pandemia ha sido la sensación de vulnerabilidad del ser humano frente a un planeta descontrolado y una feroz y sabia naturaleza ante la cual debemos ser humildes. Tras la lectura del último informe de Greenpeace, análisis muy militante y para algunos sectario y polémico, así como la estrategia presentada por la comisión europea From farm to Fork, se nos plantea que el sistema alimentario condiciona nuestro paisaje y tiene un importante efecto sobre la biodiversidad y la emisión de gases efecto invernadero. Pues eso, los consumidores de las primeras economías del mundo han decidido reducir el consumo de carne. Además tras el impacto de la crisis de la covid 19, el consumidor en nuestro país ha incrementado considerablemente el consumo de hortaliza y existe una preocupación creciente por la salud humana y medioambiental.
¿Menos carne?
Asistimos a un incremento de población que se declara vegana o vegetariana por diversos motivos. Según BEUC, European Consumer Organization, se declaran vegetarianos el 4.6% de los encuestados en los 11 países incluidos en su estudio. Hay que destacar Austria como el país donde hay más personas adeptas a esta dieta –7,2% de entrevistados– seguido de Alemania y Holanda, España aparece en la cola con 2,9% de los participantes en el estudio. Como curiosidad en Alemania no comen carne el 11% de los jóvenes entre 14 y 29 años. Por otro lado, el 39% de hombres comen carne a diario, cifra que solo alcanza el 18% en el caso de las mujeres alemanas. [Grupo RTL]
Siguiendo con el estudio de BEUC, el 42% de los encuestados ya han reducido su consumo de carnes rojas debido principalmente a cuestiones ambientales, en la línea del argumentario que propone Greenpeace. Esta actitud cuenta con gran peso en Austria; Alemania e Italia. Además casi el 20% de entrevistados mantienen que van a reducir el consumo de carne. En el lado opuesto encontramos un aproximadamente 34% de las personas que participaron en este estudio, procedentes principalmente de países como Lituania, Eslovaquia, Grecia o Eslovenia, que expresan su negativa a la reducción de consumo de carne.
Por otro lado existe un importante dinamismo en la industria agroalimentaria. Cada vez hay más alternativas a la carne y mayor aceptación de este tipo de alimentos por parte de las sociedades con una consolidada cultura omnívora. En 2018, el 16% de los nuevos productos alimentarios lanzados en Reino Unido declaraban no contener ingredientes de origen animal. [Statista, 2020]
Existe un estudio de la Universidad de Bath referido al año 2018 que se publicó en la revista Sustainability en el que los encuestados, en general, muestran una clara aceptación de las dietas basadas en ingredientes de origen vegetal. Y al mismo tiempo se aprecia la existencia de una interesante variedad asequible de alternativas a la carne. Según lo analizado, el 73% de los encuestados consideran que el veganismo es una alternativa ética, el 70% de las respuestas mantienen que es una dieta beneficiosa para el medio ambiente y el 50% mantienen que es saludable. Por otro lado, a pesar de su visión positiva del veganismo y vegetarianismo, el 80% de los entrevistados asumió que es muy difícil e inconveniente seguir esta dieta y el 50% afirmó que no es de su gusto.
Hay muchas dietas y muchos modelos de producción y lo cierto es que España, según la FAO; aparece como uno de los países en el rango de mayor consumo de carne en el mundo y el que presenta mayor valor de Europa. Según datos del MAPA 2019, el consumo de carne per cápita en hogares se encuentra por encima de los 45 kilos por persona, contrastando con los grandes consumidores como Argentina, que pasan de los 100 kilos. Los aragoneses estamos un poco por debajo del consumo del conjunto de las CCAA. En los últimos datos que se recogen –2019–, Aragón muestra una cifra de consumo agregado de carne inferior a la media. De forma desagregada, apreciamos que esta reducción se debe principalmente al descenso de consumo de carne de vacuno y sobre todo ovino. Pues vaya, según estos datos reducimos el consumo de carne procedente de sistemas de explotación menos intensivos, los más amigos de la sostenibilidad. Porque en la carne hay modelos altamente deseables desde el punto de vista medioambiental. Sistemas de producción que ejercen una multifunción en el territorio, fijan población con la creación de trabajo rural, mantienen el paisaje que viene siendo modelado desde antaño en áreas de montaña y zonas más o menos marginales de Aragón, son modelos identitarios de cultura y tradición y aportan un importante beneficio ambiental en la lucha contra el abandono de los montes, la biodiversidad y la prevención de incendios.
¿Estamos simplificando el problema de la contaminación ambiental por parte de la ganadería? ¿O simplemente ajustando nuestra dieta a formas más sostenibles? Por supuesto que hay muchos modelos ganaderos y sorprendentemente existe una estimación de que el 30% de las noticias falsas que circulan por Internet son sobre alimentación (Gartner Cons.)
¿Dieta mediterránea?
Esto es una reflexión y exposición de datos y un aviso a la industria de la carne que va a tener que dedicar muchos esfuerzos a comunicar, y a reinventar su modelo. Las tendencias indican una reducción del consumo de carne, eso es indiscutible y el bienestar animal, el medioambiente y la salud son las claves. No se debe estigmatizar la carne en general, quizás antes hay que cuestionar toda nuestra dieta, que cada día está más lejos de la mediterránea.
Nuestra alimentación debe de ser variada, y disfrutar de la gran diversidad de productos de temporada. El paradigma ante el que nos encontramos sobre la racionalización del consumo de carne pasa por acercarnos más a la dieta de nuestros antepasados, a dietas cuyo aporte proteico tiene la más variada procedencia, legumbres, verduras, huevos, pescado, carne… o insectos… hay para todos los gustos a la hora de introducir nuevos hábitos sostenibles.
No sólo contamina la ganadería. Acabo con una alusión a la fotografía que aparece en el periódico inglés The Guardian relativa a «quién recoge nuestra comida» en un reportaje sobre la producción hortícola intensiva que se viene desarrollando en el sur de España y que es el origen de alimentos vegetales destinados a toda Europa. Puede recordarnos a periodismo amarillo, es inquietante y por supuesto no se debe generalizar. En la fotografía se pueden ver los invernaderos de Almería en los que el «mar de plásticos» convive con las chabolas donde viven los trabajadores en circunstancias de dudosa dignidad. Estas hortalizas no son carne. Los problemas complejos tienen soluciones complejas, pero vivimos en tiempos de simplificación de conceptos derivados de nuestro alejamiento del mundo rural.
Oportunidades y amenazas para el sector de la carne y sus alternativas o sustitutos. Aviso a navegantes.