Se intuye un buen fin de semana para la hostelería, que ya era hora. Al anuncio de las esperadas ayudas –que ojalá lleguen a tiempo para muchos– se suman unos días de asueto que, ante la escasez de opciones, probablemente acercarán más clientes a los establecimientos. Con lo que podrán ir tirando un poco más, apañando meses de pérdidas.
Aunque la mayoría de ellos respetan las restricciones debidas a la pandemia, todavía hay quien mira hacia otro lado –clientes y hosteleros, ojo– ante aforos evidentemente desaforados, excesiva cercanía entre las mesas, abarrotadas terrazas, uso de las barras o grupos con más personas de lo permitido. Y, obviamente, la policía no puede multiplicarse, ni extenderse por todo el territorio.
Debemos ser los propios clientes y también los hosteleros quienes, al alimón, velemos porque se cumplan las normas y no vayamos hacia atrás en la desescalada. No es fácil recordarle al vecino de mesa que no se puede fumar en la terraza o mantener la mascarilla en su sitio mientras no ingerimos. Pero sí optar por consumir en otro lugar.
Uno no es experto en pandemias, pero sabe leer y recuerda que, en Alemania, por ejemplo, la hostelería lleva cerrada desde principios de noviembre. Las medidas aplicadas en España quizá no sean las mejores, y desde luego, su diversidad por comunidades se presta a la confusión, pero es lo que hay. Habrá que tener paciencia hasta que las ansiadas vacunas lleguen a la mayoría de la población, pero mientras tanto hay que seguir en alerta. Conscientes de que la situación puede retroceder en cualquier momento.
Por supuesto, salgamos, tapeemos, comamos, cenemos temprano, pero con prudencia. Si es que queremos seguir haciéndolo durante más tiempo. Y si, flaqueamos, recordemos lo que nos supuso aquel confinamiento total de hace apenas un año. Que está volviendo en algunos lugares de esta Europa sin fronteras.