Concede soles en vez de estrellas, el día frente a la noche, pero no es la única diferencia de la Repsol frente a la guía roja. Si bien los parámetros para otorgarlos son parecidos, pues un restaurante con un sol es «aquel que recomendarías a un amigo y al que ya estás pensando en volver un montón de veces» y «justifica hacer kilómetros o parar a conocerlo en medio de un viaje». Mientras que los dos soles describen «un sitio que sobresale por desarrollar un concepto en el que la cocina muestra la madurez, el potencial y la ambición para seguir evolucionando. Merece los muchos kilómetros recorridos».
Dos son las notables diferencias. La primera reside en el equipo de inspectores, profesionalizados en la roja, aficionados avezados en la española, que no cobran por sus opiniones, simplemente se les abona la comida. La segunda, no menos notable, es la apuesta de la Repsol por un periodismo gastronómico, pegado al terreno, que se sustancia en su web, plagada de reportajes de diferente índole.
Y, si se desea, una tercera, más filosófica. Pues mientras la originaria de Francia parece querer definir su propio modelo gastronómico, al que premia y promociona; la nacional opta por la descripción de aquellos lugares «donde hay una cocina que merece la pena para compartirlo con todo el mundo».
Ambas son útiles y las dos colocan en el mapa gastronómico a los restaurantes que distinguen. De ahí la importancia de los dos últimos soles concedidos en Zaragoza a La Senda y Gente Rara, que elevan a doce los soleados establecimientos aragoneses. Lo que redunda en el bien de todo el sector, especialmente, como así sucede aquí, cuando los galardones se toman de manera colaborativa y no competitiva.
Situarse en el cielo gastronómico supone atraer más turismo gastronómico, que deja buenos dividendos y no solamente en los restaurantes señalados, sino en todo el sector, del que tira con su ejemplo, como sucedió, por ejemplo, en Asturias o Galicia. ¿Lo sabrán aprovechar nuestras instituciones turísticas?