Parece que para muchos ya han llegado las vacaciones, por lo que repetiremos la columna habitual en esta época, bien que adaptada a estos tiempos pandémicos, en los que se prevé más turismo aragonés en su propia tierra. Ya era hora, por otra parte.
En este contexto, la gastronomía es, sin duda, uno de los grandes atractivos para estos viajes de interior, a la que hay que sumar el crecimiento de agroexperiencias, distribuidas irregularmente por todo el territorio aragonés, que permiten descubrir desde cómo trabaja una quesería, hasta la elaboración del hidromiel, pasando por las numerosas propuestas enoturísticas que pueblan nuestras denominaciones.
Coma local. Aunque no lo parezca, la cocina aragonesa no es uniforme, como casi ninguna. Poco tiene que ver lo que se produce en las riberas del Ebro, con aquello que crece en el Pirineo o en la Sierra de Albarracín. Documéntese y disfrute de aquellos establecimientos que han apostado –sin talibanismos– por los alimentos de su entorno, por aquellos que recuperan y actualizan la tradición. Poco sentido tiene desplazarse cientos de kilómetros para comer unos simples espaguetis con salsa de tomate o una vulgar hamburguesa industrial; lo puede hacer en su casa. Déjese aconsejar, pruebe otros vinos menos conocidos, deleite a su paladar con nuevas experiencias y alimentos. Pues vamos teniendo ya una importante oferta.
Si viaja a su segunda residencia, tampoco resulta imprescindible que cargue el coche a rebutir en el primer hipermercado que encuentre. Vale que hay que ahorrar, pero reserve algo para comprar en destino, más allá del cotidiano pan. Seguro que habrá pastas diferentes, embutidos propios, algún queso, incluso vegetales exóticos –para usted, dilecto urbanita– que le sacarán de su rutina alimentaria.
Las vacaciones pueden limitarse a un merecido descanso, pero son también tiempo para descubrir lugares y sensaciones, resultando así mucho más satisfactorias.