La guerra, o como se quiera llamar, desatada por la brutal invasión de Ucrania por parte de Rusia, pone de manifiesto, una vez más, el complicado sistema alimentario que hemos ido creando en las últimas décadas. Más allá de sentirlo en el corazón, además de condenar las irreversibles muertes de personas, así como la destrucción de un país, que vemos prácticamente en directo, pronto lo notaremos en el bolsillo.
Pues, –¡sorpresa!– gran parte del trigo que ingerimos diariamente en forma de pan proviene de Ucrania, conocida como el granero de Europa. Como gran parte del maíz que alimenta a esos cerdos que aquí criamos y sacrificamos para exportarlos posteriormente, pues sería literalmente imposible que consumiéramos tantos kilos de carne quienes aquí vivimos.
La guerra es una desgracia, pero pone de manifiesto las miserias humanas. Por supuesto las de quienes las desatan, pero también las perversas estructuras que subyacen en este globalizado mundo. Quizá los productores de maíz de otras regiones del mundo se estén frotando las manos –los especuladores de la bolsa de Chicago, donde se deciden los precios de las materias primas alimentarias, seguro que sí–, pero quienes deben adquirir ese maíz para tener pienso para su ganadería o los panaderos que pretendan seguir sirviendo a sus clientes lo tienen muy duro. Y el coste de energía sigue sin bajar.
Pues tendrán que subir los precios para seguir malviviendo en muchos casos. Llevamos demasiado tiempo acostumbrados a pagar menos por un tomate que por un bolígrafo industrial, por lo que hemos olvidado que la comida sigue siendo primordial.
No se trata de volver a la autarquía –que, además, es imposible–¸ pero sí racionalizar este incansable trajín de alimentos de un sitio para otro: mientras llegan naranjas de Sudáfrica, las de Valencia se mueren en el árbol, o se regalan en el mejor de los casos, pues no compensa recogerlas.
Cuando se escandalice ante la subida de su cesta de la compra, piense también en guerras y en quienes, de forma humilde, tratan de producir alimentos de cercanía y calidad. Y pague lo que pidan, suele ser lo justo.