Parece que los truficultores de Teruel, o al menos parte de ellos, ya que en la provincia coexisten dos asociaciones, buscan lograr una figura de calidad diferenciada para su producto, para su trufa. En concreto una Indicación Geográfica Protegida, IGP.
La Asociación de Truficultores y Recolectores de Trufa de Teruel, que cuenta con más de 500 socios y el apoyo de la Diputación de Teruel, va a presentar al Gobierno de Aragón el preceptivo informe de forma que inicie su viaje hacia la Unión Europea que será, finalmente, quien deba autorizar la nueva IGP.
A los que hay que sumar la presentación a finales del pasado año de la marca Trufa Negra d’Aragón, auspiciada por el Gobierno de Aragón, donde no estuvo la antecitada asociación turolense, que muchos entendieron como un primer paso hacia una figura de calidad diferenciada. Hasta aquí los hechos.
Hechos que suenan a cantonalismo, pues también disponemos de trufa abundante en las provincias de Huesca y Teruel. Y, al menos que uno sepa, no existen estudios serios y contrastados que demuestren una diferencia fundamental entre ellas.
Imaginen que otrora, la actual IGP Ternasco de Aragón, hubiera nacido como tres, ya que las razas autorizadas estaban desigualmente distribuidas por el territorio aragonés. Absurdo, como lo es potenciar esta marca de ámbito provincial, cuando pocos consumidores mundiales de trufa sabrían situar Aragón en el mapa. Las figuras de calidad vinculadas a los territorios nacen, fundamentalmente, para defender su marca en ámbitos lejanos, amén de caracterizar sus cualidades y reglamentos.
Siguiendo con la lógica cantonal, y yendo más allá también, se podría diferenciar entre la trufa de la sierra de Albarracín, de la de Gudar-Javalambre, dos comarcas bien distintas al parecer.
Si Aragón es el mayor productor de trufa del mundo –y sí, dentro de la comunidad, la provincia de Teruel–, parece lógico apostar por una figura de mayor alcance geográfico que sitúe, de una vez, a nuestra trufa en el lugar que le corresponde.