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Hablando de bares y bebidas en insólitos lugares

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Jorge Insa, del Moonlight, organizó una inusual jornada de charla gastronómica en Azuara y el pueblo viejo de Belchite

Una enorme cueva, cerca de Azuara, acogió el debate acerca de la bebida.. Foto: L’Omelette.

 

Hay que ser tan osado como Borja Insa para plantear la celebración de sendas mesas redondas en una cueva y los restos de una iglesia. Pero lo hizo, llenó un autobús de comunicadores, expertos y aficionados a la gastronomía –ergo, la bebida– y los desplazó hasta Azuara y Belchite en una inolvidable jornada.

El atípico coctelero de Moonlight –Pl. San Pedro Nolasco, 2. Zaragoza. 876 046 807– contó con la complicidad del sumiller de Gente Rara, Félix Artigas, y de Manu Giménez, de Bodegas Carlos Valero, para encontrar y presentar unas joyas enológicas.

Se trataba de debatir y divagar –eso que tanto le gusta a Borja– acerca de la bebida, por la mañana, y de los bares, ya por la tarde, siempre desde una mirada iconoclasta e irreverente, como los propios escenarios elegidos con la colaboración de la comarca y los respectivos ayuntamientos.

El de Azuara, en concreto, cedió una de las enormes cuevas que subsisten en la cercanía de la localidad, utilizadas por los vecinos, aunque cada vez menos, como lagar de vino y lugar de esparcimiento. Allí el polifacético Mario de los Santos, químico, recordó la hipótesis, cada vez más asumida, de que somos humanos gracias al etanol, ese alcohol de las frutas maduras y casi podridas que encandiló al mono cuando se atrevió a bajar de los árboles.

Intervenciones que alternaban con las de la ceramista Ana Felipe, creadora de los recipientes de porcelana en los que se sirven los cócteles del Moonlight, con las explicaciones del coctelero e historiador Nacho Méndez, acerca de la evolución de la bebida a lo largo de los siglos, su relación con las religiones y el poder o sus efectos sobre la colectividad.

Por supuesto, con una degustación de algunos de los cócteles histórico creador por Borja, como el de fermentados, que alude al Paleolítico, la romana piparra en vinagre o el vino cocido, habitual en la Edad Media. Y aunque el bendito alcohol, presente en todas las culturas humanas, fue el hilo conductor, hasta de agua se habló…

La segunda mesa redonda se celebró en las ruinas de la iglesia vieja de Belchite, convertida en atípico bar. Foto: L’Omelette.

Bares que lugares

Los restos de iglesia del pueblo viejo de Belchite se convirtieron por una tarde en un atípico bar, donde solamente se servían vinos rancios, que probablemente ninguno de los cuarenta asistentes volverá a probar en su vida, dada su escasez y rareza.

Allí, Insa volvió a lanzar sus preguntas, para que respondieran los tres escritores gastronómicos allí concitados. ¿Qué es el bar? El firmante, director del bimestral Gastro Aragón, no dudó en responder a la provocación «ese lugar donde estás cuando no te encuentras trabajando o en tu domicilio». Las aportaciones del belga afincado en Madrid, François Monti, recordó que son el centro del pueblo, y de Miguel Ángel Palomo, que sostuvo que su vida sin los bares no tendría sentido.

Un planeta sin bares, los bares en la guerra, la cultura, fueron otras de las cuestiones que se abordaron. Mientras tanto Félix Artigas iba presentando los vinos. El rancio de Gramona, que solamente se ha servido en bares; el de Fernando Mora, a partir de una solera de 1921 en Alpartir; el de Bodegas Manuel Moneva, a partir de unas garnachas también con ‘madre’ de un siglo de vida; un vino que se bebió en la guerra civil en Batea; y un curioso rosado, del año 67, del que apareció no hace mucho una partida en los almacenes de Grandes Vinos y también se ha recuperado.

Cinco joyas para un evento irrepetible. Prólogo de las actividades, ya abiertas al público, que tendrán lugar el próximo mes de noviembre, esta vez en Zaragoza.

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