Encara el Pilar su recta final, en la que, ciertamente, la ciudadanía ha disfrutado de la gastronomía, con bares y restaurantes repletos, que en muchos casos llenarán la caja para poder sobrevivir un poco más. Mas no parece que este apartado de nuestra cultura, tan importante por su sentido transversal, disponga del protagonismo que merece.
Gracias a las fiestas se celebra, sí, la feria de los artesanos agroalimentarios –con menor horario esta edición– que nos surte de delicadezas para afrontar lo que queda de año. También Horeca restaurantes insiste en sus jornadas PilarGastroWeek, aún excesivamente minoritarias, que llevan a las mesas de los restaurantes los alimentos aragoneses y sus formas de elaborarlos. Vale que hay presencia aragonesa en el parque de las gastronetas, pero prima la oferta del resto del país. Y de lo de las casas regionales o las ferias, mejor ni escribir.
Sostiene el firmante que cada año, es una fiesta desaprovechada para promocionarnos. ¿Cuándo se han otorgado medallas o reconocimientos como hijos de Zaragoza a profesionales de la gastronomía? ¿No hay cocineros, cocteleros, camareros, agricultores, vinateros, ganaderos, comerciantes dignos de tal honor? ¿O es simple desidia?
Vienen cientos de miles de personas a vernos y hasta salimos por las teles nacionales sin necesidad de incendios o inundaciones. Gentes que fotografiarán las flores de la Virgen, pero que probablemente no descubrirán las borrajas o la longaniza. Quizá ni sepan que somos grandes elaboradores de vino, los supuestos dueños de la tan valorada garnacha.
Hubo tiempos en que se instalaba una carpa de las denominaciones de origen, donde se exaltaban nuestra gastronomía y era un fácil recurso para sorprender y agradar al forastero. También hubo otra carpa, la del ternasco, que también feneció. O las comidas populares, con producto local, por los barrios; pues ni con la descentralización de esta edición.
Cualquier profesional de la mercadotecnia estallaría de placer ante las expectativas que despiertan nuestras fiestas. Aquí, mientras no se pongan a elaborar programas electorales –que veremos si contemplan la gastronomía– nos debemos contentar con las propuestas de los audaces y bienintencionados francotiradores, que los hay.