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WINER LOVER: Miguel Ángel Mainar

Wine lover

Hablar de Miguel Ángel Mainar es hablar de comunicación y de agroalimentación. Ahora es el jefe de área de Comunicación y Promoción Agroalimentaria de la empresa pública aragonesa Sarga. Pero antes gestionó la comunicación en el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en el Departamento de Desarrollo Rural y Sostenibilidad del Gobierno de Aragón (2015-17) o en la DOP Cariñena, en los años en que se impulsó el Museo del Vino o se reinventó la Fiesta de la Vendimia. Ha sido dos veces presidente de la Asociación de Periodistas Agroalimentarios de España… Treinta años en la profesión en la que como ha dicho alguna vez se da la mano el respeto por el trabajo que vio de niño en la explotación familiar y su pasión por escribir y no solo notas de prensa.

Mainar, en la bodega que tiene en su pueblo, Cariñena. Foto: Gabi Orte Chilindrón.

«La gente no habla de vino en público porque teme meter la pata»

 

¿Cuál es su primer recuerdo relacionado con el vino?

Son recuerdos muy remotos, de niñez en tierra de vino: el olor dulzón de la vendimia; la cola de remolques de uva esperando para descargar en la cooperativa; las cabañas excavadas en los montones de brisa –residuo de raspones tras la vinificación–, las cuadrillas de vendimiadores pasando el rato por la calle al atardecer…

¿Y su primer recuerdo profesional relacionado con el vino?

Mis primeras perricas ganadas con el vino llegaron también con la vendimia mientras fui estudiante. Me servían para llevar una vida holgada, no depender de nadie y comprarme todos los libros y discos que me apetecían. También fui corresponsal de pueblo y me tocó hacer algunos reportajes, aún guardo una felicitación que me escribió la subdirectora de El Día por uno sobre, cómo no, ¡la vendimia! Ya como profesional, en ese mismo periódico, escribí mucho más. Y como director de comunicación de la DOP Cariñena tuve mi gran inmersión profesional en el mundo del vino. Construimos el Museo del Vino, que llegó a ser calificado como el mejor de España, reinventamos la Fiesta de la Vendimia, que pasó de celebración local a evento multitudinario, patrocinamos la Vuelta Ciclista a España y trabajamos mucho y muy duro para mejorar una imagen que andaba muy deteriorada. La comunicación del vino ha marcado gran parte de mi vida profesional.

Usted, ¿qué quería ser de mayor?

Todavía lo estoy pensando. Escribir es una pasión y el periodismo una forma de darle salida, pero la comunicación, que ha sido el oficio al que más me he dedicado, te aleja del periodismo de redacción. De adolescente me llamó mucho la atención la medicina y puedo decir que leí, prácticamente de cabo a rabo, los nueve tomos de una enciclopedia médica que compraba por fascículos todas las semanas. En el vino ni pensaba, pero estaba en el camino.

¿Cómo le explicaría qué es la felicidad a un niño de siete años?

Un niño de siete años no necesita que el expliquen qué es la felicidad, necesita ser feliz y sabe cómo serlo, así que lo que hay que hacer es no estropeárselo.

¿Qué parte de responsabilidad tiene el vino en su felicidad actual?

Ahora mi relación profesional con el vino ha disminuido bastante, así que solo me da alegrías.

Hablar de las emociones del vino ¿es solo imagen?

Para nada, es algo muy real y muy serio, el vino da más satisfacciones emocionales que organolépticas y esas emociones son un gran apoyo para la comunicación. Otra cosa es lo que el marketing haga con ellas, que no siempre es acertado ni lo mejor. La estrategia más genial de eso que llaman storytelling que he conocido la llevaba a cabo un viejo bodeguero ya desaparecido que se llamaba Manuel Moneva y que no tenía ni idea de marketing, pero sabía cómo emocionar, vaya si sabía…

Dicen que todos los españoles llevan dentro un presidente del gobierno y un seleccionador de fútbol. ¿También llevamos ahora un sumiller?

Algunos pijos, sí. Pero desgraciadamente el vino tiene el problema contrario: la gente no se atreve a hablar de vino en público porque tiene miedo a meter la pata. La comunicación que se ha hecho durante muchos años lo ha convertido en un arcano. Tengo la sensación de que algunos jugaron a ser el hechicero de la tribu y los demás les seguimos el juego. Fue un error.

¿Se sigue disfrutando del vino cuando se trabaja con vino?

Se disfruta porque se aprende mucho y se viven muchas de esas emociones de las que hablábamos. Pero también se sufre; es un sector muy maduro, muy resabiado, muy competitivo… y con la comunicación sí que pasa como en el fútbol, todo el mundo sabe lo que hay que hacer.

¿Cómo le puedo sacar de sus casillas?

Los que me conocen saben que no es fácil, pero puede intentarlo hablando mal de mi pueblo.

¿A quién invitaría a un vino? Personaje histórico, público o alguien de su entorno.

Invito y me invita con cierta frecuencia el editor, librero y escritor José María Pisa. Es una persona muy armada intelectualmente y posee un conocimiento enciclopédico sobre gastronomía. Es nuestro sabio desaprovechado. Yo disfruto mucho de sus conocimientos y con sus picardías. Dicho esto, un vino me lo tomo con cualquiera, soy así de fácil. Cuando quiera, quedamos.

¿Y quién cree que no se merece ni olerlo?

Está muy feo negarle el agua a alguien, hagamos lo mismo con el vino. En todo caso, el vino debe alejarse de los que solo buscan en él los efectos del alcohol, aunque creo que estos suelen decantarse por otro tipo de bebidas más eficientes.

¿A quién le debe un vino? (Cita pendiente)

Uff… ¡A tanta gente! Mi epitafio podría ser: «a ver si echamos un vino».

¿Qué no puede faltar en una noche perfecta de verano?

Si espera que diga «un vino», no lo voy a hacer. Una cosa son los amores y otra las religiones, y el vino no es sagrado. En una noche perfecta de verano lo que no puede faltar es la fresca, lo demás es accesorio. Dicho lo cual, un porrón de vino con gaseosa pasando de mano en mano y de risa en risa es un gran complemento.

¿Qué ha hecho últimamente para hacer feliz a alguien?

Quiero pensar que alguna cosa de las que hago hace feliz a alguien alguna vez.

Tiene que mandar un mensaje, de algo que se quedó sin decir. No diga el destinatario, pero sí el contenido.

¡Qué razón tenías!

¿Cómo se ve dentro de diez años?

Paseando entre viñedos, recibiendo amigos en mi bodeguica y, quizá, escribiendo una novela en la que el vino ponga alguna de las emociones que es capaz de despertar.

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