El pasado lunes, el Instituto Aragonés de Empleo organizó una inusual sesión de trabajo, Hablemos de hostelería, que abre una serie de acciones para «apoyar y dignificar el empleo en este sector fundamental en gran parte del territorio aragonés», según el propio INAEM.
Loado sea. Ver reunidos en la escuela de hostelería Topi a empresarios, sindicalistas, docentes, formadores y los propios funcionarios del INAEM es digno de encomio. Especialmente cuando todos entendieron que se trataba de dialogar a calzón quitado, para que la jornada resultara productiva. Así, desde el Instituto se ofrecieron numerosos datos, que apuntan a los beneficiosos efectos de la reforma laboral; los sindicatos reivindicaron las condiciones laborales de los trabajadores, penosas en ocasiones, mientras que los empresarios recordaron que no todos son iguales y, al menos los agrupados en Horeca, también luchan por eliminar las conductas irregulares en el sector.
Y, por fin, supimos de la existencia cierta de un lejano informe, elaborado en 2007 y probablemente arrinconado en algún despacho oficial desde entonces. El trabajo del profesor del IES Miralbueno, Enrique Barrado, sostenía que apenas un 10% de los alumnos de hostelería seguían profesionalmente en el sector cinco años después de terminados sus estudios.
Quedó claro que, mientras muchas escuelas tienen mucha mayor demanda que oferta, el sector sigue reclamando profesionales bien formados, difíciles de encontrar. Que hay que repensar la formación, la continua a los ocupados, y la específica a quien quiere acercarse al sector; que, en contra de los datos reales, sigue penando de mala fama laboral. Y no tienen ni el peor convenio colectivo, ni son los únicos que trabajan en festivos.
Y, sobre todo se puso de manifiesto que este es un oficio vocacional, como afirmaron muchos de los ponentes, en permanente evolución, que hay que seguir mejorando.
Sin olvidar la enorme alegría y eficacia que supone que la Administración abandone sus despachos y escuche a la calle, para quien trabaja.