[NOTA DEL EDITOR]. Dado que El Tapao se encuentra bastante vago y no cumple con sus compromisos, ya no sabemos si semanales, mensuales o bimestrales , recuperamos la entrega del pasado Gastro Aragón, n1 91, publicado el pasado mes de diciembre. Algo es algo. A ver si así sale de su letargo.
Cuando este tapao no peinaba canas, noviembre era, desde el punto de vista gastronómico, un mes anodino, aburrido, un quedarse en casa –o salir en soledad– entre la vorágine pasada del Pilar y las futuras vorágines navideñas.
Apenas unas jornadas de caza o de setas eran capaces de hacer salir al personal a la calle. Luego, se asentó el concurso de tapas zaragozano, y progresivamente se convirtió en el más cotizado mes para el sector.
Los productores adelantan sus presentaciones para quizá hacerse un hueco en las cestas de regalo o generar necesidad en el aficionado. Y los organizadores–que son muchos y diversos– lanzan sus propuestas a ver si atinan en la diana.
También es verdad que, con esas subvenciones que hay que gastar mucho antes de que acabe el año –y que se suelen convocar más bien tarde– los beneficiarios apuran los plazos para disfrutar del platazo o las migajas del erario público.
Así, además del Concurso de tapas, y a bote pronto –es decir sin consultar agendas– se ha acumulado el Certamen de restaurantes, la Ruta gastronómica del toro, el Zaragoza Cachopo Fest, la Ruta del Cocido, la Ruta de la ensalada de lechuga Viva, las Jornadas gastronómicas Juan Altamiras, B(e)vida, con su Ruta del cóctel…
Y para no ser menos, Tapas de 10, en Huesca, Concurso de croquetas del amor moderno, en Teruel, y Catando Somontano, celebrado en Barbastro
Sin olvidar las ferias del chocolate –ya no me quedan negritas–, la eco de Lécera, el día del enoturismo, el brindis Movimiento DO –que, mira, fue a final de octubre–, alguna que otra feria local, los eventos nacionales –concursos nacionales de cocina, tapas y coctelería, la gala de las estrellas Michelin–, sin olvidar los eventos particulares de cada establecimiento, que todos tiene derecho a su propia organización.
Lo que parece un paraíso para un cotilla como este tapao se convierte en un sindiós, sin memoria, ni libreta que soporte tanta información.
Demasiados discursos
Algo ha quedado eso sí. Por ejemplo, el hartazgo ante la cantidad de los largos discursos con los que todo prócer que se precie tiene a gala obsequiarnos.
Si siempre somos los mismos, oyendo similar cantinela. Concisión y menos loas. Oyendo a nuestros jefes parece que nos encontráramos en el mejor mundo gastronómico posible, y no, somos del montón, como sabe cualquiera que viaje más allá del Ebro.
En fin, recordemos algunos dislates vistos este mes de noviembre. Como el logo ecológico –¿por el vino patrocinador?– que acompañaba a las jornadas del toro. El premio al mejor producto en el certamen que, de humilde que era, ni siquiera se citó en la entrega: era el pollo, estúpido, como decían los políticos estadounidenses. La ganadora de la tapa que por poco no llega a recogerla por culpa de un reportaje para la tele. Los líos que se llevan entre sí –tribunales incluidos– diferentes actores del sector ecológico. La coincidencia de las asociaciones empresariales de hostelería y de los representantes institucionales en la necesidad de una nueva escuela de hostelería ¿hablan de lo mismo?
De la comunicación
Me piden algunos de mis amigos periodistas –buenos amigos y buenos profesionales–, que desde el anonimato de este tapao lance un rejón ante el dislate en que se esta convirtiendo la comunicación. Sea.
Por empezar con profesionales, vayamos con los del Gobierno de Aragón, que insisten en sus pecadillos [véase anterior entrega].
Desde Agricultura insisten, y por dos veces, en una nota de prensa, en la expresión treceava –dicho de una parte: Que es una de las trece iguales en que se divide un todo, dice el DRAE–. Al parecer, quería escribir décimotercera. Maldito corrector.
Como no hay dos sin tres, Incluso el propio Gobierno, que tanto se preocupa porque escribamos bien las DOPs, IGPs y demás, nos cuenta en su Aragón hoy, que tenemos alimentos gourmet aragoneses, que no son, que se sepa, ninguna figura de calidad diferenciada. Vale que la nota viene del Departamento de Economía, Planificación y Empleo, pero bien podrían tratarse con los de prensa de Agricultura, siempre y cuando no anden enredando con el corrector.
Y llegamos a los particulares, aprovechado que fueron varias las notas que llegaron a las redacciones merced a concesión de las estrellas Michelin. Apenas tres, en Aragón, enviaron comunicados a los medios, siempre según le cuentan a este tapao sus buenos colegas periodistas.
Uno, el más tempranero, llegó desde la propia Zaragoza esa misma noche, aunque tuvo que rectificar su nota, al punto de la mañana siguiente porque se había confundido en una suma.
Los otros, desde Madrid, que ya se sabe donde reside el poderío, con unas largas de notas que cubrirían, de largo, una página el diario decano, cuando era casi una sábana.
El caso es que esto de la comunicación agroalimentaria y gastronómica va de mal en peor. Desde largas notas de casi 2000 palabras –una auténtica barbaridad–, hasta errores flagrantes, que tiene que rectificar al poco.
Como confundir Novodabo con Novo Dabo, que también sale en otra nota. Tranquilo Da Vid Bo ldova.
Fin de año
Es tiempo de buenas intenciones y deseos, a lo que dedicamos esta columna.
Tras felicitar a los nuevos y renovados estrellas Michelin les deseamos que no se les atragante, ni se les suba en exceso a la cabeza.
A quienes sus expleados les roban y copian las creaciones gastronomicas, que no pierdan su capacidad para elaborar nuevos platos.
A los que viven de secuestrar subvenciones que se enteren a tiempo de que este año hay elecciones y quizá cambien determinados gobiernos.
A los camareros que sonríen, que lo sigan haciendo y se olviden de esos clientes cantamañas.
A los pequeños productores, que no reblen y traten de obtener un precio justo por su trabajo.
Finalmente, que este año, que el carbón de los Reyes Magos sea para los buenos, que está muy caro y hay que calentarse.
Feliz año a todos, desde los que indagan mi identidad –ni se lo imaginan–, hasta quienes que se enfadan con estas páginas. Y mucho más para aquellos a los que logramos arrancar una sonrisa. Y quizá una cierta reflexión.