Nota del transcriptor. Hasta ahora mi labor se había reducido a la mera transcripción y traducción de algunas partes que me llegaban en inglés. En este caso, la información recibida resultó demasiada fragmentada. Me llegaron multitud de emails de Holly, en algunas ocasiones contradictorios, lo que me obligó a larguísimas llamadas para aclarar diversos puntos del relato, algunos de suma importancia. Aunque no lo dijo claramente, flotaba en nuestra comunicación un miedo que jamás había visto en él.
Ahora, puedo intuir el motivo de la zozobra de Holly sobre este tema: hemos recibido en Gastro Aragón algunos emails claramente amenazantes por hacer pública la existencia de la Hermandad, no sé siquiera quiénes son verdaderamente. Incluso recibimos dos larguísimos anónimos que hubieran sido muy cómicos si no hubieran contenido amenazas de muerte. Solo puedo decir a estos señores una cosa: ¡Que os jodan!
Volviendo a lo nuestro, dejé a Holly contemplando estupefacto la bajada de los animales, que iban a servir supuestamente de cena, a un enorme horno. En la alta bóveda iluminada por antorchas se recortaban los perfiles de los asistentes aplaudiendo, de camareros vestidos con largas túnicas llevando enormes bandejas portando copas de metal rebosantes de mulsum y otras bebidas de la Antigua Roma. Otros camareros ofrecian en sus bandejas distintas patinas que según comprobó Holly eran deliciosas.
Encendieron unos focos y entonces Holly pudo ver como la gran parte de la gente iba vestida de diferentes épocas: romana, edad media, renacentista, y de épocas más recientes. Incluso se veía alguno vestido a la manera de los años veinte, canotier incluido. Pero era claro, por la manera en que se dirigían unos a otros, que no era una fiesta de disfraces. Era otra cosa, pero Holly, como nos hubiera pasado a cualquiera en su situación, no tenía la más remota idea de lo que podía ser.
No veía por ninguna parte a Martín Blasco, aunque sí le pareció ver a algunos de sus alumnos, precisamente los que mejor pagaban y que le habían sido presentados por el propio Blasco. Se acercó a ellos tratando de entablar conversación pero con todos sucedió lo mismo: después del saludo de rigor se separaban de él con una sonrisa extraña. Confundido, cogió una nueva copa más de una de las bandejas, le siguió resultando raro el sabor del vino, como si hubieran echado, además de miel, especias de algún tipo y se alejó del grupo, acabando apoyado en el muro de la sala, desde dónde pudo ver al anciano que había dirigido a los cocineros hacía un momento caminando decidido hacia él. Interrumpieron su paso en diversas ocasiones. Quedaba claro que era un personaje de importancia en lo que fuera esto: cada vez que lo paraban, conversaba unos segundos y, señalando a Holly, reemprendía su camino hacia él.
Cuando al fin llegó junto a Holly le preguntó con una voz grave pero cálida:
–¿Qué te parece nuestra celebración?
Ante el silencio de Holly, quien realmente solo pensaba en preguntarle cómo se podía salir de allí, porque estaba empezando a no encontrarse demasiado bien, dijo con una sonrisa que de alguna manera tranquilizó a Holly:
–¿No entiendes nada, verdad? Le pedí a Martín Blasco que no te dijera nada. Dejemos que los acontecimientos hablen. Basta por ahora que sepas que estás en la celebración de un aniversario importante para todos nosotros– dijo volviéndose a los presentes, quienes parecían mirarles con una atención que incomodó a Holly. El anciano supo entender el malestar de éste y añadió.
–Mejor empecemos. Ven, sígueme.
Echó a andar hacia una de las puertas que se abrían en el lado opuesto de la sala. Holly le siguió algo mareado. Todo el mundo le sonreía abiertamente mientras seguía al anciano. Incluso vio a Martín Blasco, vestido muy raro, levantar la copa hacia él. Fue a acercarse a él, pero Martín, negando con la cabeza, le señaló al anciano.
Un poco más tranquilo al haber visto a Martín, continuó hacia el anciano. Holly sabía que no podía sucederle nada malo si este estaba cerca. Al cruzar al umbral, éste le esperaba al otro lado de la puerta. Era una sala amplia con las paredes cubiertas de hileras de enormes armarios de distintas épocas y estilos, aunque todos parecían de gran calidad. En medio de la sala había un enorme arcón de donde el anciano extrajo una toga romana. El anciano le pidió que se desnudara y se la pusiera. Después de ayudarle a ponérsela, el anciano vertió vino especiado en dos copas de vidrio muy grueso y en muy mal estado. En ese momento Holly sentía su mente como si fuera no enteramente suya, como si de alguna manera también perteneciera a más personas. Una de ellas el anciano, pero, a pesar de que en condiciones normales esto le hubiera producido un vivo terror, permaneció tranquilo. Algo en su mente le decía que lo que iba a suceder era bueno. Notó, acostumbrado al algodón, que el tosco tejido de lino de la toga le irritaba la piel. El anciano extrajo con gran cuidado de un pequeño cofre lo que parecía un retal de una tela prácticamente deshecha y se la colocó con sumo cuidado a la altura del pecho, enganchándola con broche muy antiguo dónde se distinguía a un toro.
El anciano, después de vaciar la copa, dijo.
–Esta tela que te he puesto en la toga, es el único resto que nos ha llegado de Caius Julius, el fundador de la Ciudad Subterránea y Sumo Sacerdote de Mitra en Caesaraugusta. Acábate la copa, por favor, tenemos que hacer el brindis mitraico iniciático con todos antes de iniciar la ceremonia.
Holly bebió la copa, se recolocó la toga y salió detrás de él.
En la sala central les esperaban todos los asistentes. Parecía que había aumentado el número hasta sobrepasar las cien personas, calculó Holly con rapidez, como si su mente en esos pocos minutos hubiera alcanzado otro estadio.
Se sentía eufórico y, sorprendentemente para alguien tan poco amigo de las aglomeraciones, levantó la copa como el resto y repitió sus palabras, aunque no tenía ni la más remota idea lo que significaban: «Por Caesaraugusta, por Mitra y Caius Julius, el primero de nosotros». Al momento se vio rodeado por gente que quería brindar con él y que le felicitaban al grito de» Toda mi alegría a ti, El Último».
Así fue saludando, abrazando a todos y cada uno de los presentes, quienes le llenaban la copa cada poco tiempo. Todos salvo Martín Blasco, quien hablaba con el anciano, ambos con rostros que mostraban preocupación. De cuando en cuando miraban a la entrada de arriba, hasta que el anciano habló con dos personas que inmediatamente se dirigieron a las escaleras y una vez arriba reforzaron la puerta con dos enormes maderos. Después de esto parecieron más tranquilos, se unieron al resto en los brindis. Verlos tranquilos de nuevo, calmó a Holly y la sensación de peligro desapareció. Oyó a su espalda aplausos y al volverse vio como se iba desprendiendo un enorme lienzo de la pared que escondía un gigantesco retablo en el que aparecía Mitra sujetando por el hocico a un toro. Arreciaron los aplausos y vítores cuando el lienzo cayó al suelo.
El anciano mandó callar y dijo.
–Hoy celebramos la Fundación de la Ciudad Subterránea. Hace mil novecientos años Caius Julius la creó y nuestros hermanos a lo largo de los siguientes siglos la mantuvieron viva. Todos estos siglos ha servido para acoger a los perseguidos injustamente por el poder. Nunca fue fácil y tampoco lo es ahora, como sabéis. Por eso tuvimos que expulsar a unos pocos que estaban empezando a olvidarse de quienes somos.
Miró hacia un grupo y añadió con voz glacial.
–Puede que no hayamos hecho una limpieza completa –y volviéndose hacia el resto añadió–. Siglo tras siglo la hemos hecho crecer con nuevas salas. Y hoy tenemos con nosotros un nuevo Último –continúo levantando con fuerza el brazo de Holly–. El vivo retrato de nuestro fundador y como él… pero no perdamos tiempo. Tenemos que hacer el recorrido sagrado antes de celebrar la Cena de la Hermandad.
Se levantaron las copas, mientras el anciano y Holly desaparecían tras una diminuta puerta que se abría en una de las paredes. Una vez en el otro lado, el anciano anudó en la cabeza un trapo impidiéndole ver nada a Holly.
–El camino que vamos a hacer simboliza la oscuridad en la que vivió el mundo y por otro lado te impide ver las salas que la Hermandad hemos ido haciendo a lo largo de los siglos, pues nos dirigimos a la Sala Prima que fue excavada en la roca por el propio fundador y sus primeros seguidores debajo del teatro romano. Allí te hablaré del Primero y después, ya sin vendaje en los ojos, te contaré lo que hemos logrado en estos mil novecientos años. Vayamos entonces y entenderás quienes somos y quien vas a ser.
CONTINUARÁ