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ENOTURISMO. Visita a Eguren Ugarte

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La bodega y hotel con encanto en Rioja Alavesa

«En Eguren Ugarte la familia está presente en cada rincón de la bodega y del hotel».

 

Es imposible hablar de las Bodegas Eguren Ugarte, Páganos, Laguardia, Álava, sin echar un poco la vista atrás –algo así como un siglo y medio aproximadamente– para apreciar el tesón y la dedicación de esta saga familiar en el cultivo de la vid y el apego por la tierra.

El fundador de la bodega es Victorino Eguren Ugarte, pero la vinculación de la familia Eguren con la viticultura comenzó mucho antes, curiosamente a causa de una historia de amor. A mediados del siglo XIX Anastasio Eguren –tatarabuelo de Victorino– en uno de sus viajes como comercial chocolatero, conoció a la que se convertiría más tarde en su esposa y decidió trasladarse desde su Guipúzcoa natal hasta la riojana localidad de San Vicente de la Sonsierra. Por azares de la vida, años más tarde le fueron donadas unas viñas y así dio comienzo en 1870 la actividad vitivinícola de la familia Eguren.

El carácter emprendedor de Victorino lo impregna todo, incluso en la actualidad. Durante la realización del servicio militar en Vitoria, se le ocurrió que podría abrir un bar en la capital alavesa. En realidad abrió más de uno, pues llegó a contar con catorce bares repartidos por el casco antiguo de la ciudad. En la España de la posguerra, aquella decisión pudo parecer una temeridad, pero sin embargo tuvo éxito. Durante años fue un abnegado y exitoso empresario hostelero, humilde y trabajador.

Mano a mano con su esposa Mercedes, ambos sirvieron cafés y vinos en sus bares de Vitoria, hasta que en el año 1957 Victorino toma la dirección de la antigua bodega de la familia Eguren, traspasa todos sus establecimientos pero les impone a los nuevos propietarios una condición: el vino se lo deberán comprar a él. De ese momento en adelante, Victorino emprende el desarrollo comercial de la bodega y no parece haberlo hecho mal, a la vista de los resultados obtenidos.

Todas estas vicisitudes están recogidas en un libro escrito por Victorino, casi un diario de su vida. La última generación de la familia Eguren está integrada por los tres hijos de Victorino: Koldo –arquitecto responsable del diseño del precioso Hotel Eguren– Asun y Mercedes, ambas íntimamente vinculadas a la bodega.

La cueva alberga un total de 380 nichos y ocho txokos, a los que pueden acceder los socios del club.

Presencia familiar

En Eguren Ugarte la familia está presente en cada rincón de la bodega y del hotel. Cada una de las habitaciones del hotel lleva el nombre de un capítulo del libro de Victorino, el asador anexo a la bodega se llama Martín Cendoya en recuerdo del cuñado de Victorino, también se elabora un vino con el mismo nombre y aún hay otro vino –el de más alta gama de la bodega– que se denomina Anastasio, en memoria del tatarabuelo de Victorino que dejó la venta de chocolates por su amada y dio inicio a esta estirpe de bodegueros.

Hay fotografías, esculturas y dibujos de Victorino allá donde se mire, en la bodega, en los jardines y en el hotel. Una de las líneas de vinos que comercializa la bodega lleva el nombre de KAME, acrónimo que corresponde a las iniciales de los nombres de cada uno de los hijos de Victorino: Koldo, Asun y Mercedes Eguren. La familia lo es todo en Eguren Ugarte.

De lunes a sábado, sin excepción, es posible encontrar a Victorino ataviado con su inseparable gorra en las instalaciones de Eguren Ugarte. Cada mañana recorre la distancia que hay desde su domicilio en Vitoria hasta Páganos, porque según sus palabras «siempre hay algo que hacer».

En la bodega o en el hotel pasa todo el día y no es infrecuente encontrarse con él acompañando a algún grupo de visitantes, charlando con alguno de ellos o construyendo algo –un calado, una escultura, una jardinera– porque lo importante es hacer cosas. Es algo inherente a su carácter y por el momento lo sigue estrictamente, gracias en parte a que la salud le acompaña. Y ese sentimiento de confianza que al visitante le embarga es denominador común en todo el personal de Eguren Ugarte. El trato es cordial y cercano, la conversación amable y fluida, las explicaciones extensas y relajadas. Se tiene la sensación de ser un amigo de la familia, aunque se trate de la primera vez que se visita Eguren Ugarte. Sencillamente, deseas no marcharte de allí jamás.

No se trata de un hotel digamos normal, por algo se le denomina hotel de autor.

Hotel de autor

Koldo Eguren, hijo mayor de Victorino, al término de su carrera de arquitectura, quiso hacerle un regalo a su padre y decidió –como proyecto de fin de carrera– construir un hotel que llevara su nombre. Pero no se trata de un hotel digamos normal, por algo se le denomina hotel de autor. Arquitectónicamente está construido en una ladera –de hecho se accede por la planta cuarta– ligeramente sobre los calados de la bodega, donde encontramos la recepción, una zona de estar y el comedor para cenas y desayunos, todo ello con unas espectaculares vistas aéreas de los viñedos, de la cercana villa de Laguardia y de la Sierra de la Demanda. Dispone de aparcamiento propio en la puerta de recepción, diferente de el de las visitas a la bodega, rodeado de jardines exquisitamente cuidados, con un lago, una ermita, varias esculturas y huertos.

Las habitaciones estándar se ubican en las tres plantas inmediatamente inferiores y las suites en las dos superiores. En el característico mirador de Eguren Ugarte, visible desde la distancia, existe un proyecto para construir un restaurante panorámico. Dispone de salas de reuniones completamente equipadas y de varias terrazas exteriores. El acceso a las habitaciones puede realizarse fácilmente por las escaleras, pero es tentador hacerlo mediante el ascensor panorámico con vistas a la sala de barricas, un remanso de penumbra donde habitan los vinos Eguren hasta su embotellado.

En la decoración predomina, por encima de todo, el buen gusto. Los suelos de madera oscura, el mobiliario moderno y detalles ornamentales bien equilibrados, como alguna pintura al fresco, combinan a la perfección con el cristal, el toque de color de las alfombras y el ladrillo a la vista en alguna de las columnas y paredes, obteniendo el conjunto un resultado magnífico.

Las habitaciones estándar, aunque sin alardes, son suficientemente amplias, las camas excelentes en dimensiones y comodidad, con cuarto de baño perfectamente equipado, rico en detalles de tocador, con ducha de hidromasaje nada angosta y predominio del cristal. Televisión de plasma de gran tamaño con oferta más que suficiente, conexión wifi gratuita, mesa de escritorio, caja de seguridad y –un detalle de calidad– mueble bar gratuito equipado con agua y refrescos.

Durante el día, el hotel se abre visualmente al exterior. La amplitud de los ventanales y la belleza de las vistas logran que la mirada vague por los alrededores como embelesada.

Pero al llegar la noche, el hotel se vuelve más íntimo, se encierra en sí mismo con sus huéspedes, crea una atmósfera de relax e introspección, se extienden las cortinas, se encienden las luces e incluso alguna vela y sucede la metamorfosis. De repente el exterior deja de interesarnos y nuestra mesa y nuestros amigos pasan a ser lo único verdaderamente importante de este mundo.

Es algo místico y casi irreal. La cena consistió en un menú cerrado: aperitivo, entrante, dos platos principales y postre- maridado con un Ugarte Tempranillo. La temperatura de los platos fue ideal, la presentación más que correcta y la calidad de notable alto.

Mención especial merece el servicio, sencillamente impecable, muy de nuestro estilo, sin demoras innecesarias pero sin prisa alguna, permitiéndonos disfrutar de cada momento, de cada plato, de la conversación y de cada copa de vino.

A la mañana siguiente, tuvimos ocasión de degustar el desayuno con la vista panorámica de los viñedos. A modo de buffet, nos dieron la bienvenida numerosas bandejas con fruta, repostería recién horneada, embutido variado, además de zumos, cereales y yogurt. El café expreso recién hecho –excelente, otro detalle de calidad– al gusto de cada comensal, fue servido por una amable y profesional camarera. Uno de nosotros decidió desmarcarse ligeramente del desayuno tipo continental y tomó unos huevos fritos con jamón, por supuesto con un copa de vino. El día debe iniciarse con energía.

«Las 4000 barricas de la bodega descansan en ese inacabable calado en silencio y en penumbra».

Visita a la bodega

La visita a la bodega se realiza siempre previa reserva y es gratuita para los clientes alojados en el hotel. El acceso a la bodega se efectúa a través de la tienda que hace también las veces de recepción para los visitantes. La decoración es de tipo rústico, el espacio amplio, los techos altos y el ambiente luminoso, nada que ver con lo que nos espera a continuación.

De camino a iniciar la visita guiada, pasamos junto a los ventanales del Asador Martín Cendoya, cerrado en el momento de nuestra visita dado lo temprano de la hora, el cual ofrece gastronomía típica de la zona, en contraposición al menú del hotel mucho más vanguardista e innovador, pero que oferta la posibilidad de maridar la comida con cinco vinos diferentes, propuesta verdaderamente interesante.
La visita comenzó con una breve explicación histórica de la familia Eguren, antes de adentrarnos en el auténtico atractivo de esta bodega: sus galerías subterráneas, lo que se conoce como La Cueva.
Los dos kilómetros largos de calados, excavados a pico y pala en su mayoría, son un absoluto laberinto de piedra del que existe un mapa a la entrada, pero es un plano aproximado y además se encuentra en permanente modificación y ampliación. La Cueva está dividida en tres áreas –cada una con el nombre de una de las provincias vascas– y sus pasadizos han sido bautizados con los nombres de familiares y amigos. Alberga un total de 380 nichos y ocho txokos. En su interior se mantiene de manera casi invariable una temperatura de 12-13ºC tanto en verano como en invierno, ideal para la conservación del vino.

Para poder acceder al Club de Nichos y Barricas Eguren Ugarte se debe adquirir un mínimo de 72 botellas, lo cual da derecho a la utilización de uno de los nichos durante 12 meses. También se obtiene el derecho a utilizar –siempre previa reserva– alguno de los txokos para celebrar comidas o reuniones.
Otra opción es adquirir una barrica completa, lo cual da derecho a 24 meses de guarda en uno de los nichos preferentes de más fácil acceso. El vino se conserva en cajas de madera y se puede retirar en persona o solicitar que sea enviado. Pasado ese periodo de tiempo, si no se renueva el contrato mediante la compra de otra partida de vino, hay un margen de tres meses para retirar las cajas o para solicitar su envío.

Parece ser una fórmula exitosa, pues en realidad no hay más de un 15% de nichos libres, ese es el motivo por el que los calados se encuentran casi de manera permanente en constante ampliación.
Los txokos se utilizan durante todo el año, pero en verano resultan especialmente agradables, cuando el calor aprieta en el exterior de la cueva. Los socios pueden llevar su propia comida o encargar un cáterin en la bodega, la cual proporciona el acceso al vino y las copas a emplear. Son numerosas las empresas que gozan del privilegio de tener un nicho, pero también familias, grupos de amigos e incluso sociedades gastronómicas son usuarios habituales de los txokos.

De entre todos los nichos, el más visitado por motivos obvios es el de Victorino Eguren, que aún sin ser el más grande ni el mejor situado, es sin duda el que más sentimiento despierta en el visitante. Al parecer existe el consenso dentro de la familia Eguren de que en ese lugar reposen el día de mañana las cenizas de Victorino y de su esposa Mercedes. Antes de regresar a la tienda para realizar la cata, fuimos conducidos a la zona de elaboración de los vinos y a la sala de barricas, vieja conocida nuestra del día anterior cuando la vimos por primera vez desde el ascensor panorámico del hotel. Las 4000 barricas de la bodega descansan en ese inacabable calado en silencio y en penumbra, sólo levemente perturbado por los grupos de enoturistas que lo visitamos.

La estancia incluye la degustación del Ugarte Reserva, un vino con el marchamo de la bodega.

La cata

La cata consistió en la degustación de tres vinos de la bodega. El primero de ellos fue un Kame Muscat, un blanco semidulce muy alejado de nuestras preferencias. Botella y etiquetado muy modernos, al gusto del mercado norteamericano prioritario en adquisiciones de este tipo de vinos, por algo el 70% de la producción de Eguren Ugarte se destina a exportación. Color pajizo pálido casi inapreciable, flores blancas y albaricoques en nariz, ligero dulzor en boca y acidez agradable casi efervescente.
El segundo vino que catamos fue el Ugarte Crianza, un vino potente, muy del estilo de esta bodega, elaborado mayoritariamente con tempranillo con un aporte de garnacha, picota de capa alta, con una nariz frutal aunque la madera y los tostados se imponen claramente gracias a sus quince meses en barrica. En boca se nos antoja un poco brusco, algo agreste, muy tánico y necesitado de redondeo. Mejorará sin duda con un poco más de botella.

El gran momento de la cata llegó con la degustación del Ugarte Reserva, un vino con el indudable marchamo de la bodega, elaborado mayoritariamente con tempranillo y con un pequeño aporte de graciano, intenso en color, capa alta, lágrima pigmentada y nariz con predominio absoluto de la crianza sobre la fruta pero con una fase gustativa más que agradable, con taninos amalgamados y fáciles, un postgusto largo y elegante.

Sin embargo, llevábamos en mente adquirir un vino de autor que tiene una historia familiar curiosa. Solicitamos probarlo y el personal de la bodega nos brindó la posibilidad sin pega alguna. Se llama Cincuenta, como conmemoración de los 50 años que Victorino cumplió en 2007 al frente de la bodega. En realidad fue un regalo de una de sus hijas, Asunción, quien elaboró varios vinos diferentes y se los dio a probar a su padre. Con la formulación elegida por el paladar de Victorino se elabora dicho vino, un monovarietal de tempranillo con uvas procedentes de viñas de más de 50 años de edad, con una breve crianza de seis meses en barrica, pues no se trata de un vino de guarda sino un vino para disfrutar. Visualmente rojo picota de capa alta y reflejos violáceos, en fase olfativa tiene una interesante carga frutal, con recuerdos lácticos y de regaliz. En boca resulta sedoso, cremoso y con volumen. Un vino muy original, de recorrido cómodo y final medio. Todo un regalo para los sentidos. Al margen del componente sentimental, la clave de este vino es su corta crianza, indispensable para limar los taninos incómodos, pero sin transferir notas procedentes de la barrica al resultado final.

A decir verdad, nuestra breve estancia en Eguren Ugarte ha sido absolutamente placentera. Todo ha resultado de nuestro gusto. El proceso de reserva, el servicio, el trato, las instalaciones, la calidad de la restauración, la visita a la bodega y la atención del personal. Una experiencia plenamente recomendable.

Larga vida a Eguren Ugarte.

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