Uvas autóctonas y vinificaciones ancestrales miran al futuro
La comarca tarraconense de Terra Alta es geográficamente una pequeña meseta situada en el margen derecho del río Ebro, que limita al oeste con Aragón y al sur con la sierra prelitoral de Els Ports.
Zona históricamente alejada de las rutas comerciales y sin apenas actividad industrial, tradicionalmente ha basado su economía en la explotación de cultivos clásicos de secano como el olivo, el almendro y la vid, obligada por su climatología continental con marcada vocación mediterránea. Todas las localidades de la comarca tienen numerosas bodegas y almazaras –algunas familiares, otras agrupadas en cooperativas– como señal inequívoca de la importancia que estos productos han tenido en el devenir histórico de la zona.
La DOP Terra Alta es una denominación de origen joven que agrupa a numerosas bodegas situadas en doce municipios. Predomina el cultivo de variedades tradicionales, destacando por encima de todas la garnacha blanca –no en vano se calcula que en Terra Alta se encuentra el 75% del viñedo nacional y el 30% del viñedo mundial de dicha variedad– que, si bien resulta algo neutra en nariz, es capaz de transformarse en vinos cremosos y untuosos, magníficos acompañantes de no pocas elaboraciones gastronómicas.
Otras variedades blancas cultivadas son la macabeo y la parellada. Entre las castas tintas cabe destacar la garnacha tinta, la garnacha peluda, la cariñena y una variedad autóctona de la zona conocida como morenillo con la que se elaboran vinos frutales y ligeros con crianza corta en barrica, no demasiado poderosos, muy adecuados para acompañar la gastronomía local.
A partir de 1950 el desarrollo de nuevas infraestructuras de transporte, en especial la construcción de vías de ferrocarril, permitió la mejora en la distribución de vinos y aceites. De manera paralela, la adquisición de los primeros utilitarios en el seno de las familias de clase media de las ciudades, fue un nuevo impulso para el atractivo turístico de esta región.
Finalmente con el inicio del siglo XXI se acometieron numerosas reformas en la mayoría de las bodegas de Terra Alta. Aquellas instalaciones hasta entonces casi artesanales, dieron paso a las más modernas tecnologías y aparejaron inversiones económicas grandes, así como numerosos créditos por pagar. Se abandonó la elaboración en volumen destinada a la venta a granel y se orientó el nuevo modelo productivo hacia los vinos de calidad, en sintonía con las modas, gustos y corrientes del momento.
Aquella renuncia a sus orígenes como elaboradores de vinos de pueblo –dicho esto con todo el respeto y el máximo reconocimiento– supuso un nuevo revés para las bodegas de Terra Alta, incapaces de poder competir en precio y distribución con los grandes elaboradores de vinos comerciales a escala casi industrial. Lamentablemente fue la puntilla para algunas pequeñas bodegas. Sin embargo, algunos arriesgados visionarios decidieron volver a mirar al pasado y mantenerse fieles a sus raíces. Sin llegar a abandonarlas del todo, arrinconaron las elaboraciones más comerciales y regresaron a las vinificaciones tradicionales con levaduras indígenas, las fermentaciones espontáneas, el contacto con pieles en los blancos, los vinos sin filtrar y las crianzas en barro o en recipientes de maderas distintas del costoso roble francés. Una clara voluntad de marcar diferencias para no ser un elaborador más en un mercado hipertrófico y gigante. Y lo mejor de todo es que lo consiguieron.
Celler Cal Menescal
Tal es el caso de Celler Cal Menescal, al frente de la cual se encuentra Josep Bosch, enólogo y propietario de la bodega, quinta generación de la familia en esta aventura que comenzó en 1783 con un antepasado suyo de profesión veterinario –menescal, en catalán– dedicado al cuidado de los équidos por vocación así como a otras actividades agrícolas por necesidad.
Siguiendo la premisa de hacer cosas diferentes si no se quiere que suceda siempre lo mismo, Josep decidió en 2010 regresar a su propio pasado y volver a elaborar los vinos como los hacía su abuelo. Y no sólo eso, también optó por ignorar la distribución a gran escala y apostó decididamente por abrir las puertas de su bodega-museo al enoturismo –le avalan sus cifras de 5000 visitantes solo en el año 2021– actividad que le permite el trato directo con el consumidor final para así estar en disposición de explicar su amplio catálogo de vinos que contiene algo más de una veintena de referencias. De esta manera, la mayor parte de sus ventas se realizan a la conclusión de las visitas, cuando el enoturista ha interiorizado por completo la filosofía de Cal Menescal.
La producción media de la bodega es de unas 20 000 botellas al año, divididas en dos grandes familias. En primer lugar están los vinos más convencionales generalmente elaborados con levaduras seleccionadas y que se comercializan con el precinto de la DOP Terra Alta. Por otro lado están los vinos experimentales, en cuya elaboración es donde verdaderamente disfruta Josep mientras recuerda a sus antepasados, pequeñas producciones con fermentaciones espontáneas, levaduras autóctonas, crianzas alternativas y sin filtrado. Mención aparte merece la producción de vinos dulces, vinos rancios, vermut y vinagre balsámico, todos ellos considerados elixires mágicos, porque algo de misterio hay siempre en su elaboración.
Vins del Tros
Casi de manera simultánea, el año 2009 fue el momento en que el viticultor Josep Arrufat tomó la decisión de asociarse con su amigo de la infancia Joan Bada y el resurgir de esta relación después de tanto tiempo supuso el nacimiento de Vins del Tros.
Naturalmente ninguno de los dos era un novato –Josep tenía ya muchas vendimias a sus espaldas vendiendo sus uvas a las cooperativas de la zona y Joan, por su parte, llevaba varios años trabajando como enólogo independiente para numerosas bodegas–, pero la idea de crear de la nada una bodega en su localidad les inyectó toda la ilusión necesaria para sacar adelante el proyecto.
Como es lógico, apostaron desde el inicio por las variedades locales –garnacha blanca, garnacha tinta, cariñena y morenillo– y por las técnicas de viticultura y vinificación más tradicionales, buscando sustituir, siempre que fuera posible, el empleo de tratamientos por el trabajo manual. Muestra de la dificultad que todo ello supuso es el hecho de que hasta el año 2014 no se inició la comercialización de las primeras botellas de Vins del Tros, un enorme esfuerzo personal y económico que a cualquiera hubiera hecho desistir.
Afortunadamente la perseverancia dio sus frutos y Vins del Tros obtuvo su máximo reconocimiento en 2021 cuando la guía de vinos de Cataluña le otorgó el galardón del mejor vino tinto de Cataluña al Señora Carmen 2018, monovarietal de garnacha con algo más de un año de crianza en roble francés, vino top de la bodega que seduce desde el primer momento, aunque nosotros tuvimos la fortuna de poder catar su original antecesor de 2017 con crianza especial en damajuanas, una producción limitada y exclusiva en formato magnum.
No obstante, el primer acercamiento del consumidor medio a los vinos de Terra Alta suele ser a través de sus garnachas blancas y en el caso de Vins del Tros también se cumple esta premisa. El Cent x Cent Blanco 2021 es el resultado de la vinificación por separado de dos vendimias realizadas en la misma parcela con unos días de separación, la más temprana persiguiendo acidez y frescura, la más tardía en búsqueda de aromas más complejos y maduros. El ensamblaje de ambas elaboraciones consigue ese equilibrio de ciruela amarilla, pera madura y plátano sobre un fondo de hierbas de monte mediterráneo, con generosa acidez, persistencia media en boca y un final ligeramente leñoso.
Al margen del premio, el año 2021 marcó un punto de inflexión para Vins del Tros al tener que hacer frente a un cambio en la dirección técnica con la marcha de Joan Bada y su sustitución por un nuevo equipo de enólogos. Desde entonces la responsabilidad técnica recae en la joven enóloga Ivette Alonso, quien cuenta con la asesoría del enólogo alicantino Pepe Mendoza. Savia nueva que se traduce en una enología que acompaña en lugar de intervenir y en interpretaciones de corte más actual –vinos más frescos, delgados y frutales, más accesibles incluso para el público joven– aire fresco para la bodega que sin embargo no renuncia a su pasado, encarnado en sus tintos con crianza en roble y en sus blancos fermentados con pieles –elaboración tradicional para los vinos brisados– estos últimos cada vez más valorados por el consumidor y que curiosamente no han tenido una regulación adecuada por parte del Consejo Regulador de la DOP Terra Alta hasta el año 2020.
En la actualidad el catálogo de la bodega está sufriendo una completa transformación. Desaparecerán algunas referencias, otras se fusionarán, muchas se mantendrán e incluso nacerá alguna nueva. Con la finalidad de agrupar aquellos vinos menos convencionales, se ha creado la marca Terra 0.0 –vinos orgánicos y humanos, cero intervención, cero exógenos– bajo cuyo nombre se comercializan los diferentes vinos brisados, un clarete y algún otro vino elaborado con variedades de uva no reconocidas por la DOP Terra Alta, tal es el caso de un viñedo de una despistada Chenin Blanc.
A todas estas novedades comerciales –consecuencia directa a su vez de la nueva dirección técnica– se añade una decidida apuesta por el enoturismo. Aquellas bodegas de hace años, encerradas sobre sí mismas, herméticas e impermeables al público y a los profesionales del mundo del vino, sencillamente no tienen cabida en los tiempos que corren.
Nada mejor que abrir las puertas de par en par y que quien lo desee entre, pregunte, se interese y compre una botella o una caja.
Por ese motivo queremos hacer llegar nuestro más sincero agradecimiento a los propietarios y al personal de Cal Menescal y de Vins del Tros, por su disposición, amabilidad y cercanía.
Cerramos aquí esta fugaz visita a Terra Alta, una comarca que bien merece más atención de la que habitualmente estamos dispuestos a prestarle. Prometemos regresar a esas tierras más cercanas a las nuestras de lo que nunca hubiéramos podido pensar