Muchos de quienes nacimos en una época en que no se podía votar libremente, acudiremos, con mayor o menor resignación, pero puntuales, a la próxima cita con las urnas. Es lo que tiene estrenar elecciones en plena juventud.
De ahí saldrá, entre otros, nuestro Gobierno autonómico y los diferentes concejos aragoneses, lo que no es moco de pavo. Pues, ya lo hemos escrito muchas veces, son abundantes los aspectos relacionados con la gastronomía, la agroalimentación y el turismo que dependen de las cercanas administraciones que renovamos el domingo. Y por más que el marco europeo y la compleja realidad de esta sociedad no permita muchas alegrías a la hora de modificarla, lo cierto es que las cosas serán diferentes según quien esté en cada institución. Por mucho que el sector haya aparecido más bien poco en los debates y promesas, más allá de las consabidas generalidades, lo que pase el domingo le afectará durante los próximos cuatro años. La ordenación de las terrazas hosteleras, sin ir más lejos.
Sin embargo, y lo olvidamos en demasiadas ocasiones, también podemos votar cada día con nuestras más nimias acciones, especialmente las compras y los gastos en ocio. No es lo mismo comprar en comercios de cercanía, venta local, de barrio, que en grandes superficies. Variarán los precios, la oferta, la relación humana, pero también se opta por un modelo de comercio u otro.
De la misma forma, no optamos por lo mismo al acudir a una franquicia siempre igual a sí misma, que al restaurante familiar o el bar de toda la vida. El futuro, tristemente, apunta hacia establecimientos repetidos, iguales en toda la península, y será el público quien vote sobre su expansión.
Asuntos que suelen ir más allá de ideologías concretas, al menos aparentemente. De ahí que, además de votar el domingo, haya que hacerlo también cotidianamente. Sin caer en simplificaciones, el poder de los consumidores es enorme, como lo demuestra los numerosos intentos de seducción que sufrimos continuamente. Usémoslo.