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TINTA DE CALAMAR SLOW FOOD. El madroño encantado

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Obra de Loreto Pallás. IES Ramón y Cajal, Huesca. Segundo premio estudiantes del III Concurso de Microrrelatos Jorge Hernández, de Slow Food Zaragoza, en colaboración con Aragón, alimentos nobles

 

Cariño, ¿dónde estás? –grité con una sonrisa mientras navegaba entre habitaciones–. ¡Ya estoy en casa!

–Aquí estoy, aquí estoy, ¿qué pasa? –Mi esposa entró con el ceño fruncido– ¿No eres ya demasiado mayorcico para estar gritando por zarrios en la tienda de Úrbez? Ya no eres un mocete como para trotar así.

Me acerqué y la abracé por la cintura mientras plantaba cientos de besos por su cara.

–No es eso, lo juro, así que ven conmigo a la cocina. Te quiero enseñar algo.

–Primero suéltame, y segundo, quítate el chambergo, ¿quieres?

Tiré el abrigo en alguna parte y la arrastré hasta el reino de los fogones. Me acerqué a la basura y, ante la estupefacta mirada de mi esposa, saqué las mustias hojas que quedaban de las borrajas haciendo un montón.

–¿Pero qué diantres estás ha…-

–Shh, mira:

Madroño encantado
trabaja por mí,
haz buenos crespillos
me fío de ti.

Al terminar, un resplandor cubrió las pochas hojas, y en un torbellino de chispas, aparecieron unos humeantes crespillos.

–Imposible… –susurró enluzernada– No sé qué son los crapellos, crespillos, o como se diga, pero tienen una pinta extraña. ¿Eso se puede comer?

–Que sí, mujer, no me seas ababol y come.

La moza cogió uno sin muchas esperanzas y se lo metió a la boca. Masticó una vez, dos veces, y sus ojos brillaron. Se deleitó con el bocado y en un suspiro devoró el resto del postre. Se tapó la boca mientras me miraba.

–Esto es un lamín. ¿Cómo lo has descubierto, Pertegaz?

–Lo que se descubre en el atelier, se queda ahí.

 

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