Porque nos encontramos perdidos, tenemos que volver a sentir que la tierra nos devuelve con creces todo lo que le damos, incluso, cuando le quitamos».
Estas palabras pertenecen a Vicente Todolí, comisario de arte contemporáneo español en diversas ciudades del mundo, que un día quiso ejercer de hortelano para preservar la diversidad genética de los cítricos y creó la Fundació Todolí Citrus en Palmera, Valencia. A través de su huerto ha podido seguir estableciendo conexiones entre su universo agroculinario y el mundo artístico.
Los huertos que rodean las ciudades son un verdadero patrimonio cultural, con múltiples beneficios. Los más inmediatos son el poder cultivar productos autóctonos con más calidad, frescura, sabor y nutrientes que los productos que puedes comprar en un supermercado tras haber dado casi la vuelta al mundo –ya que muchos proceden de países donde su precio es inferior al que tienen en el nuestro–. Igualmente, el consumir productos de temporada te ofrece lo mejor de cada época del año. Además, el huerto es una fuente de satisfacción personal, alegría y bienestar que nos brinda conexión con la naturaleza y favorece los vínculos personales y la relación con los alimentos.
Otro de los beneficios, que destaca por su importancia, es que constituye un sumidero de dióxido de carbono –gas de efecto invernadero–, protegiéndonos de la erosión en los alrededores y suavizando el calor extremo del verano.
Últimamente, y, sobre todo, a raíz del confinamiento por la pandemia de Covid-19, han proliferado multitud de mini huertos, en terrazas y azoteas, que nos autoabastecen de algunas delicias en el balcón y nos han servido para volver a conectar con los procesos naturales que nos pasaban desapercibidos. Una pequeña forma de regresar a nuestros orígenes recuperando el vínculo con la naturaleza.
En este sentido, una buena noticia es que cada vez se crean más huertos escolares en los centros educativos. Además de ser un espacio de disfrute de la naturaleza, el alumnado aprende de forma experimental los conocimientos teóricos que se trabajan dentro de las aulas y se muestran orgullosos al llevar a sus casas las habas o los bisaltos que ellos mismos han plantado, regado y recolectado.
Aprovecho la ocasión para poner de relieve que el pasado mes de abril se consolidó la marca Huerta de Zaragoza, tras diez años de conversaciones reivindicando el consumo de proximidad de frutas y hortalizas cultivadas por productores aragoneses. Hay que destacar que ha sido una apuesta firme por la economía local y los productos de kilómetro cero que ya es una realidad gracias al convenio entre el Área de Economía, Innovación y Empleo del Ayuntamiento de Zaragoza y la Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón UAGA COAG, apoyados desde el principio por la Plataforma en defensa de la Huerta de Zaragoza, que agrupa a varios colectivos, federaciones y asociaciones, entre ellas, nuestra asociación, Slow Food Zaragoza.
Con esta iniciativa, ahora se pueden identificar las verduras, hortalizas y frutas que se han producido en el entorno de Zaragoza con la garantía de que proceden de agricultores locales, gracias al distintivo con la marca Huerta de Zaragoza. De esta forma, cuando se vaya a realizar la compra tanto en los mercados como en tiendas, sabremos que estamos adquiriendo productos con todo el sabor de nuestra tierra y favoreciendo la economía de la zona.