Los tractores han invadido Francia y puede que salgan también a las carreteras en nuestro país. Los agricultores franceses, alemanes y españoles, una vez más ‒no hace tanto que paseaban por el paseo de la Independencia‒, se han hartado y lanzan sus reivindicaciones de forma ruidosa.
Fundamentalmente se quejan de los aumentos de costes en la producción, no repercutidos en los ingresos, que no dependen de ellos, sino mayormente de las cadenas de distribución, así como de la percepción de los consumidores, acostumbrados ya a unos precios bajos en los alimentos.
Sobre este problema nuclear se superponen muchos otros que hacen sospechar de un largo conflicto. Como la competencia, no solo ya de terceros países, sino entre los propios productores de la Unión Europea, sometidos, digan lo que digan, a similares reglamentaciones. Pero también la llegada de los fondos de inversión a la agroalimentación, que distorsiona de forma notable la realidad de un sistema que no ha evolucionado mucho en las últimas décadas, más allá de la tecnología.
Por si fuera poco, la actividad agrícola y ganadera está íntimamente vinculada al cambio climático. Desde las deforestaciones salvajes en países como Brasil a las explotaciones ganaderas intensivas, todo ello repercute en las emisiones de CO2 y apenas ningún profesional del sector niega que estas alteraciones en forma de floraciones anticipadas, atípicas sequías, heladas inusuales, etc. afecten a sus producciones.
Que no podemos dejar de comer, por lo que hay que producir alimentos, resulta una obviedad. Y aquí no cabe la deslocalización ‒cuyos efectos ya hemos sentido en sectores industriales y textiles‒ ni la sustitución de la comida ‒al menos de momento‒ por pastillitas o carne sintética, que esa es otra.
La PAC nació, entre otras cosas, para garantizar de forma eficaz la soberanía alimentaria de la Unión Europea. Y desde no hace mucho se ocupa también en avanzar en la sostenibilidad de nuestro continente. Pero guerras como las de Ucrania o Gaza han afectado notablemente a ese inestable equilibrio en que inconscientemente vivíamos.
No se ve una solución sencilla, como no la tiene ningún problema complejo. Pero tenemos que comer cada día, a ser posible productos frescos y saludables. Que los sabios nos protejan.