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ENOTURISMO. Protos

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La veterana bodega en Peñafiel, pionera del Duero

El castillo de Peñafiel se eleva sobre las instalaciones de Protos.

Al observar desde la distancia el castillo de Peñafiel, un viajero despistado podría pensar que se trata de un barco varado en lo alto de un cerro. Sin duda es lo primero que viene a la mente al contemplar esta fortaleza medieval cristiana construida durante la Reconquista en el siglo X y remodelada en el siglo XV por la Orden de Calatrava hasta dotarla de su aspecto actual.

Transitar por las faldas de dicho monumento y no entrar a visitar Bodegas Protos podría calificarse como un comportamiento inapropiado, de manera que nos presentamos a la hora convenida dispuestos
a conocer de primera mano los orígenes más genuinos de la Ribera del Duero.

Para el visitante, resulta un tanto confuso el acceso y tampoco ayuda a orientarse la ausencia de un aparcamiento señalizado como en muchas otras bodegas. Además, el hecho de encontrar una bodega
tradicional semienterrada en la montaña ubicada en frente de la moderna construcción diseñada por Richard Rogers –ambas separadas por una carretera– abunda todavía más en el desconcierto. Tan sólo cuando se consigue encontrar el letrero que indica el punto de acceso para la visita, se despejan las dudas.

La Sacristía alberga las botellas históricas.

LA BODEGA TRADICIONAL

La visita comienza en la bodega tradicional, cuyos impecables jardines dan la bienvenida al enoturista.
Según se accede, es inevitable alzar la vista para contemplar el castillo, que con su imponente presencia parece dominar toda la comarca. La sala de recepción es de una austera sobriedad castellana y desde ella se accede a una zona de espera donde al visitante puede entretenerse leyendo dedicatorias de escritores famosos que han pasado por la bodega, mientras se disfruta de una copa de Aire de Protos, delicioso rosado de la DOP Cigales, tan atractivo en nariz –melocotón, grosellas–, como delicioso en boca, fresco, divertido y seductor. A decir verdad, es la primera vez que en una bodega se nos recibe con una copa de vino –sin duda un detalle de calidad– con el valor añadido de que dicha copa sea un obsequio para cada uno de los asistentes.

La visita continúa –copa en mano– con la esperada visualización de un audiovisual, aunque de una excelente calidad y sorprendente puesta en escena. La proyección de las imágenes en diferentes paredes de la sala, la iluminación de distintos objetos y el magnífico sonido guían al visitante por los orígenes de la Ribera del Duero, región papel imprescindible desde sus inicios. Su célebre eslogan corporativo –Ser Primero– no puede contener más significado en menos palabras.

A la finalización del audiovisual y tras franquear una puerta de madera, se produce un viaje en el tiempo. Casi sin darnos cuenta –absortos en apurar nuestra copa de rosado– nos encontraremos rodeados de barricas, en el interior de un laberinto de túneles de más de dos kilómetros de longitud, la mayoría de ellos excavados a pico y pala bajo la montaña sobre la que se asienta el Castillo de Peñafiel.

Atención especial merece La Sacristía, pequeña capilla cerrada con una reja donde reposan botellas de prácticamente todas las añadas desde que se empezaron a elaborar los vinos de la bodega, hace casi un siglo, allá por el lejano 1927.

Cada cierta distancia, unos pozos verticales denominados luceras –aunque bien escasa es la luz que permiten pasar– sirven como respiraderos para la indispensable aireación de estos subterráneos donde los vinos de Bodegas Protos realizan su crianza en roble. Varias decenas de metros hacia arriba, las luceras terminan en unas peculiares construcciones visibles por todas partes en la ladera de la montaña.

Las barricas se encuentran en un laberinto de túneles de más de dos kilómetros de longitud.

LA MODERNIZACIÓN

Dejando atrás las galerías, el paso de una nueva puerta devuelve al visitante a la actualidad. Reaparecen el acero inoxidable, la mecanización, los aparatos de bombeo y los sistemas de control. La nueva sala de barricas sorprende por sus dimensiones, pero también por su pulcritud. No es de extrañar que casi todas las semanas sea utilizada como escenario para grabar una entrevista o rodar un anuncio.

En una esquina, unas mesas de cata para eventos profesionales, cientos de barricas bordelesas, varias
tinas de roble francés y algunos huevos de hormigón como representantes de los procedimientos de crianza más modernos.

En otro salto en el tiempo, un largo y moderno túnel iluminado comunica la bodega tradicional con la moderna, transitando por debajo de la carretera donde se encuentran aparcados los vehículos.

La colosal construcción de casi 20 000 metros cuadrados de superficie, obra del arquitecto británico Richard Rogers, es una estructura aparentemente liviana que en realidad se encuentra soterrada en mayor medida. Tan sólo la parte visible permite identificar los materiales –hormigón, vidrio, madera y acero– utilizados para conseguir la elevación de las cinco bóvedas que recuerdan a las tejas de terracota tan habituales en los tejados de las casas castellanas.

Una construcción imponente que convierte en diminuto a quien entra en ella por primera vez. A un lado se sitúa la gigantesca sala de elaboración, al otro las dependencias de administración y entre ambas un descomunal hall desde el que es posible visualizar el Castillo de Peñafiel desde el interior de la bodega, quizás la imagen más icónica de toda la jornada.

CATA DE DOS VINOS

La visita concluye con la esperada cata de dos vinos de la bodega en una enorme sala acristalada que bien podría emplearse para celebrar banquetes. En realidad, más que una cata podría decirse que se trata de una degustación de quesos y embutidos acompañados de algo de vino, a pesar de los repetidos intentos del personal de la bodega para transmitir con rigor las sensaciones que proporcionan sus vinos una vez servidos.

A esas alturas de la visita y amenazando el mediodía a algún estómago hambriento entre los presentes, somos minoría los que insistimos en descubrir aromas y evocaciones en el interior de nuestras copas. No obstante, lo hicimos hasta encontrar las notas de heno recién cortado, el hinojo y las frutas de pepita en el fresco y fácil Protos Verdejo de la vecina DOP Rueda donde la bodega también tiene unas modernas instalaciones desde el año 2006.

El cierre de la cata lo protagoniza el Protos Crianza, un tinto serio, monovarietal de tinta del país, frutas rojas y negras bien acompañadas por notas de crianza tras permanecer doce meses en roble –cacao, tostados, especias– redondo, elegante, impecable en su ejecución y todavía con capacidad de guarda.

Ponemos así punto y final a la visita de la bodega –posiblemente– más conocida de la DOP Ribera del Duero, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. A decir verdad, una visita más turística de lo esperado –nos hubiera gustado ver algo de viña o de los procesos de elaboración-–, pero tal y como está diseñado el recorrido durante la hora y media de visita, comprendemos que así resulta más atractiva para todos los públicos.

Al fin y al cabo, este tipo de visitas no dejan de ser actos promocionales a pequeña escala, para nosotros menos apasionantes que recorrer viñedos con el viticultor, pero que sin embargo despiertan el interés del consumidor medio, todo ello sin olvidar la dificultad que conlleva gestionar miles de kilogramos de uva y transformarlos en vinos de elevada calidad y prestigio. Y en eso, Bodegas Protos tiene casi cien años de experiencia.

Protos, ser primero tiene su premio.

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