Esta vez Iris Jordán no pudo lanzar su grito de guerra cada vez que gana un premio ‒y van muchos estos últimos meses‒, «¡Vivan los pueblos!», pero seguro que lo pensó tras su brillante sonrisa al recibir el sol Repsol concedido a su restaurante Ansils, en Anciles. Después lo recogieron Rubén Catalán, de La Torre del Visco, cerca de Fuentespalda, y Toño Rodríguez, de La Era de los Nogales, en Sardas.
Si obviamos que La Torre del Visco se encuentra en medio del campo, y aun asumiendo la población de Fuentespalda ‒menos de 300 personas‒, la suma de los habitantes de las tres localidades donde se ubican los galardonados no llegan a los quinientos. Menos que bastantes urbanizaciones o bloques de viviendas.
Entiende uno que esta tendencia de abrir restaurantes singulares en pequeñas poblaciones resulta muy positiva. Pues si en Francia es habitual desde hace décadas, ni en nuestro país, ni en Aragón, la tendencia ha sido importante. Ahora sí, y es allí donde miran las guías para conceder las distinciones.
Suelen ser cocinas que se aprovisionan de productos locales, que están en contacto con su entorno ‒ninguno de los tres se encuentra cercano a una capital, al contrario‒ y apuestan por innovar y crear a partir de la tradición y la enseñanza de sus mayores.
Obviamente, la despoblación en el mundo rural no se soluciona abriendo restaurantes, por más que todo sume. Pero muestra cómo, desde el extrarradio, se pueden generar modelos de negocio que, a su vez, permiten vivir a otros, como los propios proveedores de alimentos o los artesanos agroalimentarios.
Quizá con buenas infraestructuras tecnológicas, muchos urbanitas puedan trabajar a distancia en pequeñas localidades, si es lo que desean. Pero los inviernos son largos y hemos visto a muchos abandonar su recién adoptado pueblo a pesar de disponer de fibra óptica.
A lo mejor, a modo de goteo, esos pequeños negocios, pueden hacer que se mantenga la vida en el mundo rural, por más que los jefes no puedan presumir de grandes inversiones foráneas, que, a veces, ni llegan.