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ENOTURISMO. II Jornada de vinos del Jiloca

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Pago de la Boticaria acogió en su finca La Falcona a bodegas, hostelería y prensa

La jornada se celebró en la finca La Falcona, de Pago de la Boticaria. Foto: Francisco Orós.

 

En las últimas dos décadas la despoblación y el abandono del viñedo han ido de la mano en la Comarca del Jiloca. Verdaderamente se trata de una misma realidad, aunque observada desde dos perspectivas diferentes. De manera paralela, el gradual envejecimiento de la población y la falta de relevo generacional, han conducido al cese de actividad en muchos sectores y lamentablemente la viticultura no ha sido una excepción. Se calcula que sólo en las últimas dos décadas se han perdido más de veinte hectáreas de viñedo cada año, tanto por abandono como por arrancamiento. En el año 1980 había aproximadamente 3400 hectáreas de viñedo, superficie que se ha ido reduciendo gradualmente hasta las 150 hectáreas de viña en producción a día de hoy, según las estimaciones más optimistas. Y lo más grave de todo –dejando al margen la edad de dichas viñas, muchas de ellas centenarias– es que la velocidad de destrucción parece acelerarse, sin que las administraciones hagan nada al respecto. Este patrimonio agrícola y cultural del Aragón ancestral más desconocido, parece a día de hoy condenado a la desaparición.

Un interesante proyecto de recuperación de viñas semiabandonadas y a punto de desaparecer, diseñado por la Asociación Paisajes del Jiloca, nació a mediados de 2020 con la meta de volver a poner en producción viñedos en vías de desaparición. El primer paso fue la creación de un catálogo de viñas en situación de emergencia, la mayoría propiedad de viticultores de avanzada edad o de sus herederos. A través de diferentes mecanismos de cesión, apadrinamiento, crowfunding, micromecenazgo y realización de trabajos no remunerados, se persigue devolver la alegría a algunos de esos viticultores mayores. No será labor de un año ni tarea fácil de ejecutar, pero es más que probable que con la uva de esas parcelas ahora a medio recuperar, se elaboren vinos de calidad que además incorporarán la generosidad y la colaboración de personas anónimas. Serán vinos conseguidos gracias al esfuerzo de muchos, pero serán sin duda vinos de la Ribera del Jiloca.

Entrañable jornada

Con la finalidad de dar a conocer el trabajo realizado a lo largo de estos cuatro años de existencia, la Asociación Paisajes del Jiloca celebró hace unas semanas la segunda edición de una entrañable jornada que armonizó viticultura, paisaje y gastronomía. Para ello fuimos convocados un reducido grupo de privilegiados, irremediablemente seducidos por el programa propuesto por la organización, de manera que acudimos a la hora convenida a la Finca La Falcona, una preciosa torre rehabilitada propiedad de la bodega Pago de la Boticaria, casi equidistante entre las localidades de Daroca y Manchones. Tras franquear la puerta de entrada, nos dio la bienvenida un bonito viñedo y el camino nos condujo hasta una zona de aparcamiento. Caminamos unos pocos metros atravesando un inmaculado patio ajardinado desde donde pudimos contemplar la indudable belleza del palacete estilo colonial que preside la finca y nos dirigimos hasta el sombreado jardín lateral donde tendría lugar el evento.

La primera parte de la jornada tuvo un carácter eminentemente formativo muy enfocado hacia la viticultura –una temática que nos resulta bastante ajena–, aunque hemos de dejar claro que asistir a las ponencias nos resultó enormemente interesante. Microbiota, clones, estratos o injertos son conceptos que –aunque conocidos– nunca han sido motivo de nuestro estudio, de modo que escuchar a expertos como Pedro Marco –investigador del Centro de investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón, CITA– Bernardo Sirvent –ingeniero agrónomo y consultor en Bodegas Bocopa, Alicante– o Pilar Baeza –profesora y doctora de la Universidad Politécnica de Madrid– fue para nosotros una experiencia tan novedosa como estimulante. Todos ellos coincidieron en el enorme potencial de esta comarca casi olvidada, a menudo marginada por el desarrollo económico, pero con una inusual riqueza geológica y orográfica, todo ello sin olvidar la importancia que tuvo en el pasado como zona vitivinícola, tradición que nunca se ha perdido y que Paisajes del Jiloca persigue recuperar.

Diez bodegas

Diez son las bodegas que han decidido sumarse a esta iniciativa y todas tienen como denominador común la decidida voluntad de recuperar el cultivo de la vid en estas tierras. En realidad, varias de ellas llevan trabajando sus viñas viejas desde hace años, parcelas perdidas entre los barrancos y las sierras que circundan los valles de los ríos Jiloca y Perejiles. La reciente ampliación geográfica de la DOP Calatayud proporcionó a algunas de estas pequeñas bodegas la posibilidad de elaborar sus vinos con la etiqueta de la denominación bilbilitana, sin embargo, este hecho ha tenido en algunas de ellas el efecto contrario. Ante la posibilidad de convertirse en cola de león, han decidido seguir siendo cabeza de ratón y ahí es donde toma todo el sentido el proyecto creado por Paisajes del Jiloca. Indudablemente quienes más complicado lo tienen son aquellas bodegas que aspiran a comercializar vinos en ambas zonas, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, en un arriesgado equilibrio que necesitará mucha mano izquierda para que el ratón no encienda los ánimos del león.

La segunda mitad de la jornada discurrió con la presentación de las bodegas –de una forma relajada y cercana, huyendo de las tediosas charlas habituales, en un evento distendido como era el caso– proponiendo cada elaborador uno de sus vinos mientras se detallaba brevemente su proyecto. Los vinos que tuvimos oportunidad de catar fueron armonizados cada uno con una tapa diferente preparada por Jonathan Aldea, chef del Restaurante Zamacén en Burbáguena, protagonista de un desfile culinario preciso y elaborado, dibujando en cada pincho un maridaje fruto de su libre interpretación del vino acompañante. Si realizar esta tarea en sala es complicado, hacerlo a modo de cáterin es una heroicidad. La variedad de ingredientes principales –bacalao, pato, conejo, presa ibérica, cordero, perdiz– y la generosa creatividad en sus elaboraciones –escabechado, crujiente, tartar, tosta, ravioli– no dejó indiferente, ni mucho menos hambriento, a ninguno de los presentes. Un trabajo magnífico el de este joven chef aragonés con un enorme futuro por delante.

De regreso a las bodegas, quizás resulte un poco largo especificar cada proyecto empresarial y detallar la información de todos los vinos que elaboran, así que nos limitaremos a nombrar aquellos que tuvimos ocasión de catar y añadiremos una breve descripción, aportando nuestras opiniones y notas de cata. Pasen, lean y déjense hechizar por los apasionantes vinos procedentes de los viñedos casi olvidados de la Ribera del Jiloca.

Laderas del Jiloca macabeo

Daroca Bodega, Daroca. Macabeo procedente de viñedos con una edad media de 55 años y situados a 950 metros de altitud. Sin crianza. Vino serio y austero, aunque sincero y con carácter. Muy aragonés. Buen trabajo técnico de Juanma Gonzalvo para poner en valor los poco conocidos vinos blancos del Jiloca.

Viña Satoshi Orange

Pago de la Boticaria, Daroca. Garnacha blanca procedente de un solo viñedo de 4,2 hectáreas ubicado en Murero a 800 metros de altitud sobre suelos pizarrosos. Vinificado en contacto con pieles. Crianza durante cinco meses en barricas de roble francés y americano. El vino más personal de Pilar Herrero, que sin duda ganará con algo de guarda. Un vino divertido para catar, fantástico para maridar, pero complicado para beber. Muy original.

Clos Baltasar

Bodegas San Alejandro, Miedes. Garnacha y otras variedades minoritarias, como provechón y miguel de arco, procedentes de viñedos a 900 metros de altitud. Crianza de diez meses en huevos de hormigón y barricas de roble francés. Fresco, delgado, floral y elegante, muy alejado de aquellas primeras añadas algo rústicas y potentes. Una interpretación más moderna por parte de Juanvi Alcañiz para este vino que busca recuperar las elaboraciones más tradicionales.

Cuevas de Arom As Ladieras

Cuevas de Arom, Miedes. Garnacha y otras variedades autóctonas coplantadas en viñedos mestizos situados a 800 metros de altitud. Vendimia manual. Vinificación en depósito de cemento. Crianza en huevo de hormigón y fudre de roble austríaco de 3000 litros. Ligero, fresco, tenso y con cierta complejidad. Excelente. A decir verdad, la simbiosis entre Fernando Mora MW y Bodegas San Alejandro está alcanzando unas cotas que rozan la perfección.

Araia

Sommos Garnacha, Murero. Garnacha procedente de viñedos con suelos de arcilla roja localizados en Orcajo y Banarro. Vinificación por parcelas. Crianza durante catorce meses en barricas usadas de roble francés. Largo y complejo. Acostumbrado a gestionar las ingentes cantidades de uva de la bodega homónima del Somontano, José Javier Echandi ha sabido leer a la perfección las viñas del Jiloca para elaborar este tinto de primer nivel.

Samitier garnacha

Bodegas Augusta Bílbilis, Mara. Garnacha. Ocho meses de crianza en barricas de roble francés y en huevo de polietileno, con posterior coupage de ambos vinos antes del embotellado. Todavía un poco nervioso en boca y falto de ensamblaje. En breve será un vino preciso como todos los que elabora José Antonio Ibarra. Por el momento, démosle unos meses en botella.

Las Pizarras Viña Acered

Bodega Raíces Ibéricas, Maluenda. Garnacha. Viñedo sobre suelos de pizarra a 950 metros de altitud. Crianza durante 6 meses en barrica. Muy gastronómico. Es la apuesta de Carlos Rubén Magallanes –el hombre que susurra a las garnachas– dibujando un vino de corte más tradicional, un estilo de garnacha de hace unos años, con mayor extracción y más presencia de la barrica. Impecable, aunque no tan sorprendente como otros.

Quercus

Bodega Rubus, Rubielos de Mora. Garnacha y miguel de arco. Crianza durante 24 meses en barrica de roble francés. Amable, sabroso, nada desmedido, con todo en su sitio. Notable alto. Interesante este proyecto personal de Juanvi Alcañiz en tierras turolenses, en nuestro punto de mira desde hace años.

Lajas Finca El Peñiscal

Bodega Lajas, Finca el Peñiscal, Acered. Garnacha y otras variedades blancas y tintas plantadas en la misma parcela, macabeo, garnacha blanca, monastrell y provechón. Vino de parcela, procedente de un solo viñedo de 76 años de edad con una superficie de 2,7 hectáreas y situado a más de 1000 metros de altitud. Vendimia manual. Crianza durante doce meses en barrica de roble francés. Pleno y sabroso en boca, elegante y educado, muy diferente a las primeras añadas donde la extracción y las notas de crianza en roble dominaban todo el conjunto. Nada que ver con el actual, mucho más fresco y delgado, sin perder un ápice de honestidad. Paisaje embotellado por Manuel Castro y familia. Una maravilla.

En resumen, una deliciosa jornada, en un marco incomparable y acompañados por una climatología perfecta. Ponemos aquí el punto final a una crónica que pretende, en la medida de lo posible, dar a conocer algunos de los secretos enológicos que se esconden en este desconocido rincón de Aragón. Porque los proyectos emergentes como éste de Paisajes del Jiloca son los que verdaderamente despiertan pasiones y remueven conciencias. Será el paso del tiempo quien dictaminará si esta iniciativa con poco más de cuatro años de vida fue una locura de unos cuantos románticos que –inspirados en el pasado– pretendieron construir un futuro para las viñas olvidadas del Jiloca. El éxito o el fracaso de este encomiable esfuerzo es muy posible que ni siquiera lo veamos, pero tal vez dentro de unos años alguien escriba la crónica del Centenario de las Jornadas de Vinos del Jiloca. Y desde algún lugar desconocido –con una sonrisa en los labios y una copa de vino en la mano– todos aquellos que en algún momento colaboraron desde el inicio, verán reconocido su empeño.

Reciban todos ellos, nuestra más sincera enhorabuena.

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