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UN VIEJO DEL LUGAR. Esa cenicienta llamada garnacha

 

Este verano, la alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca, ha anunciado que Zaragoza quiere convertirse en capital mundial de la garnacha. Leo en algunas crónicas que la edil enmarca este proyecto en el plan de desarrollo turístico de la ciudad, que quiere aprovechar el tirón del enoturismo, y en el hecho de que la garnacha sea «un recurso autóctono, identitario y universal».

Que Calatayud, Cariñena y Campo de Borja estén a un tiro de piedra de la capital y hayan inundado sus mesas de garnacha en algunas épocas, no precisamente las más recientes, da fuerza a este proyecto; más que fuerza, su auténtico valor. Esperemos que madure bien y tenga el final feliz que las garnachas de esta tierra se merecen.

Y es que no siempre han estado bien vistas, como todos sabemos. Ni siquiera por quienes las cultivaban y convertían en vino cada otoño, a quienes sabios de otros lugares acabaron acomplejando e impulsando a aprovechar las ayudas europeas para arrancar viejas cepas de garnacha –las que mejores vinos daban– y cambiarlas por otras de nombres a veces impronunciables.

Ahora sacamos pecho por esa uva nuestra que la Corona de Aragón extendió por su gran área de influencia política y económica, pero hubo un tiempo bastante cercano en que a esas variedades foráneas con las que traicionábamos una parte de nuestra esencia vitivinícola las llamábamos, ¡madre mía! nobles y mejorantes.

Mejorantes de nuestra garnacha, claro, que no era buena por sí misma y había que mezclar para ennoblecer su mediocridad. Luego, cuando los varietales se pusieron de moda, aquí no les sacábamos la cara a los nuestros de siempre –los de garnacha, lo has adivinado–, sino que poníamos bien grande en la etiqueta aquello de cabernet-sauvignon, merlot o, ya más de entornos cercanos, tempranillo.

Hubo que esperar a que allende los mares un gurú con nombre de pluma estilográfica nos reconciliara con nosotros mismos y con este recurso agrario y gastronómico que, ahora sí, además de autóctono ya consideramos identitario. Ahora ya, la vilipendiada e ignorada garnacha, en palabras de Jancis Robinson, es nuestra Cenicienta querida. Más vale tarde.

Purgada pues nuestra ofensa a Baco, no sería justo olvidar a los que siempre se mantuvieron leales a la gran vid de Aragón. Al menos, que los olvidara yo, que hubiera caído en la misma apostasía que tantos otros si no hubiera sido, ojo al dato, por dos funcionarios: Ernesto Franco y Miguel Lorente.
Uno desde su bodega experimental y otro desde su autoridad agronómica e intelectual nunca reblaron, y por eso algunos otros nos conjuramos, en nuestro modesto paso por el mundo del vino, en la lucha contra el vilipendio y la ignorancia de la garnacha.

Gran noticia, alcaldesa. A por ello.

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