Se dice que solo hay una vida y que hay que aprovecharla, pero no me di cuenta de ello hasta hace dos meses, cuando me senté solo en la cocina, frente a una barra de pan duro. Nunca había hecho eso solo y, al ver aquella barra solitaria, varias lágrimas aparecieron en mis
ojos. Algunas incluso cayeron.

Preparé el resto de ingredientes, entre ellos ese jamón que tanto le gustaba, y me dispuse a cocinar. Lo hice siguiendo las instrucciones que escribí en mi cuaderno el día que ella me las dictó. Usé hasta el aceite de Bajo Aragón que me había regalado antes de fallecer.

La cocina comenzó a oler como la suya, y eso hizo que, de nuevo, unas lágrimas recorrieran mis mejillas. «¿Por qué no había cocinado más con ella? ¿Por qué no había aprovechado el tiempo?»
Al terminar, decidí probar lo que había cocinado. No sabían a como las suyas, pero no estaban mal. De hecho, en ese momento decidí que la próxima vez invitaría a mi chica para que las probara, ya que ella no conocía aquel plato. Pero ese día, dos meses después de su muerte, quería compartir el plato con alguien diferente.

Cogí el móvil con decisión y escribí un WhatsApp al primer contacto que tenía: «Mamá, he hecho las migas como la abuela. ¿Quieres venir a comerlas conmigo?»

Ganadora.
Silvia Gimeno.