«Todo empezó como una afición de fin de semana»
Junto con su hermano Luis, Carlos Domínguez regenta la Hacienda agrícola Ecostean, donde transforman sus olivas, de múltiples variedades, en aceite de oliva virgen extra ecológico, además de aceites aromatizados y cosmética. Pero él nació en Zaragoza, donde vivía.
¿Cómo se llega a ser almazarero?
Todo empezó como una afición de fin de semana para recuperar los olivares de mi abuelo con mi hermano, y una cosa nos llevó a otra. De fin de semana, a más días y luego ya completo. En el 97 dejamos Zaragoza y nos instalamos en Costean.
Desde el principio apostaron por la agricultura ecológica
Vimos que la agricultura ecológica era diferente, respetuosa con el medio ambiente. Y en el olivo suponía trabajar muy parecido a nuestros mayores, aunque de forma más reglada y sin utilizar productos químicos de síntesis.
¿Cuál es la clave para vivir de la agricultura?
Solo hay dos maneras. O extensiones muy grandes para poder competir, o especializarse al máximo posible y controlar todo el ciclo. La segunda es nuestras opción, trabajar el olivo, procesar el aceite, embotellar y comercializar. Es la única forma de poder dar valor a nuestro producto?
¿En qué se diferencian de otros?
Trabajamos la recolección temprana, cuidando las variedades, la mayoría autóctonas. Fuimos de los primeros en envasar en lata o en botellas de vidrio oscuro. Eres el raro el que hace las cosas diferentes, pero al final se ha confirmado que lo hacemos bien. Es un caso similar a cómo ha cambiado la valoración de la garnacha. Cuesta, pues los cambios en el consumo son complicados para ambos, productor y cliente.
Comenzamos con colaboraciones con cocineros para crear aceites condimentados, que son ya una parte sustancial de nuestra producción. Y también cosmética, como jabones, cacaos, cremas nutritivas, etc.
¿Cómo afrontan la comercialización?
Es lo más complicado. Hacer un buen producto es relativamente sencillo, pero luego hay que venderlo. Y con nuestros recursos no podemos recurrir a la publicidad o los patrocinios, por ejemplo.
Comenzamos de forma local y poco a poco fuimos saliendo al exterior, para que nos conocieran. La competencia crece, pero hay que mantener la calidad, porque tu nombre está en la etiqueta. Cuesta, pero lo clientes van repitiendo.
¿Tienen relevo generacional?
Todo el mundo sabe la edad media de los agricultores. Voy para cincuenta y soy el más joven en todas las reuniones. El hijo de Luis, mi sobrino, parece que tiene interés, de momento le gusta, pero esto es muy sufrido. Ya veremos qué pasa.
¿Y encontrar trabajadores?
Afortunadamente, y de momento, no nos afecta. Cerca hay una colonia de gente procedente de Malí y Gambia, que nos ayuda en la recolección. Pero si encuentran un trabajo menos duro, acabarán yéndose.
¿Lo mejor de su trabajo?
Hacer algo que ves. Del olivo al aceite. Y el reconocimiento de la gente, además de saber que nuestros olivos llegarán a otras generaciones, como a nosotros nos llegaron los del abuelo.
¿Y lo peor?
El sacrificio diario y la tensión. Que no pase nada, que el clima sea favorable, que la campaña vaya bien. Y si es así, la necesidad de reinvertir para mantenerse.
¿Su producto que más le gusta?
El aceite Casa Benito –el nombre de la de su abuelo– que lo hicimos como nos apetecía, ecológico, verde y con variedades locales. Tenemos la suerte de que fuera apreciado por el público desde el principio.