Y grande, decir grande, es poco. Mientras comenzaba a escribir otras lineas, me ha llegado la noticia del fallecimiento de Marisa Paredes. He tenido que aplazar mi gastroescrito para otra ocasión y hablar de esta reina del cine y el teatro y maestra de la vida, o al menos, de cómo deambular por ella.
Conocí a Marisa en nuestro antiguo restaurante en la calle Sevilla, fue un caso de esos en los que te das cuenta de que ha entrado alguien diferente, y te das cuenta sin siquiera mirar a la puerta, ya que en todo el salón se hace el silencio.

La reserva la había hecho otra persona claro que sí, un «hola que soy Marisa Paredes, iré a comer mañana» no procede de gente tan elegante. ¿Que por qué venía a tan humilde restaurante? Pues nada más y nada menos que aconsejada por un partido político, pues a Marisa bien le interesaba la política y de hecho tenía bando elegido desde hacía mucho años.

Disfrutó de nuestra comida y disfrutó con el resto de parroquianos, pues no negó una foto ni un saludo a ninguno de ellos, y al final llegó mi momento. Le pedí permiso para tomarme un café en su compañía. Permiso concedido.

Marisa la grande alabó el pollo al chilindrón de mi abuela –menudo subidón– diciéndome que le recordaba al de su madre, que siempre buscaba los ingredientes más económicos y hacía milagros con ellos.

Hablamos de un buen puñado de cosas y es que, lejos de interrogarla, era ella quien me preguntaba y compartía con nosotros haberes, lugares, anécdotas, recetas y ocurrencias, algunas de las cuales no se pueden contar.

Marisa entendía de salir a comer y de gastronomía –en realidad me dio la impresión de que, aunque muy discretamente demostrado por su parte, Marisa entendía de todo– y hablamos de la hostelería en Madrid y en España en general. Ella era amante de la cocina honesta, del género económico y bien trabajado, de la antigua cocina de las brujas, del buen hacer de las abuelas y de las cosas hechas sin prisa.

No volví a verla en persona. A ella, ni a Becky del Páramo de Tacones lejanos –le confesé que para mí ese era su papel en mi mente–, como madre de Victoria Abril, otra diosa.

Siempre me quedé con la idea de Marisa y mi pollo al chilindrón.

Si en el Trivial me hubieran pedido decir algo sobre ella, aunque hay tanto y tan maravilloso que solo me hubiera salido que «le gusta el pollo».

Recuerdo que además Marisa disfrutaba comiendo. ¡Y con ese tipín! Era una de esas personas privilegiadas que podían comer lo que quisieran cuando quisieran y de la manera que quisieran, por que no iba a engordar, vamos igual que los seres humanos comunes, pero justo al revés.

Le recuerdo un humor tan agudo y célere que me pilló un par de veces por sorpresa.

Como dijo como Becky del Páramo en su escena: «Qué chistoso eres. No sé si estás cahondeándote de mí, o simplemente eres encantador».

Bueno, hoy se ha marchado.

Esta gastrocolumna es para ella pues, además de buena amiga de todos nosotros tras la pantalla o subida en lo alto de un escenario o incluso entre bambalinas, a Marisa le gustaba el pollo.