Estamos que nos remontamos hace quince años y, rebuscando en la hemeroteca de la memoria, vuelves irremediablemente a aquel año 2009 y te das cuenta de cómo hemos capeado ligeramente el paso del tiempo por lo que ha ido lloviendo. Teníamos un panorama guapo por aquel entonces. Y lo malo es que no era peor que el actual. En esta retahíla de años transcurridos hemos normalizado épocas de poca bonanza y alegría contenida.
En 2009, el sector vitivinícola mundial se encontraba en medio de una crisis económica global que había eclosionado meses antes. Sin embargo, en Aragón logramos sortear esos desafíos con una serie de estrategias enfocadas a mejorar la calidad y la competitividad de nuestros vinos en el mercado internacional. Crecimos en exportación… algo así como un 12% decían algunos medios. En total aquel año se facturaron 24 millones de euros mandando vino a espuertas –a 57 países, que queda más fino– y la garnacha seguía centrando puntos de mira. De hecho, en aquel año, nuestras bodegas estaban explorando nuevos mercados en Asia y América Latina, donde la demanda de vinos de calidad estaba en aumento.
Pero la crisis, a pesar del repunte exportador, no era el único devaneo. Vinieron años peores. Todo el ferrete del cambio climático empezaba a sentirse y la preocupación comenzó a agitar alguna que otra conciencia. Continúa, por supuesto, y cada vendimia viene más adelantada y cada año la vid resiste a mayor altitud. Insistimos en Barbenuta y sus casi 1300 metros sobre el nivel del mar siendo las viñas más altas de la Península Ibérica, aunque en el año que nos ocupa todavía no habían nacido.
Por suerte, y porque el sector vitivinícola lo ha demostrado muchas otras veces, si venían mal pintadas se le daba la vuelta a la situación. Quiero decir, que contra tormentas se sabe navegar eficientemente en esta tierra interior. Hubo bodegas que tuvieron que cerrar definitivamente –no aquel año pero sí en alguno siguiente– y otras que sacaron pecho y se reforzaron. Otras fueron llegando.
En Aragón 2009 no fue un año como para enmarcar. Pero sí fueron 365 oportunidades de aprendizaje y desarrollo. Quizá, por momentos como aquellos, se afronta una fase decisiva cuando muchos viticultores están hasta pensándose si merece la pena vendimiar, que los hay. En las tomas de decisiones que importan también hay que pensar en el acumulado. Un año no significa nada.
Un fallo, sí. En resumidas cuentas: por los aciertos desde entonces que Aragón siga creciendo y demostrando que un año es tan sólo un ciclo. Y vendrán tiempos mejores porque llover, lloverá.