Completamos la publicación de los relatos ganadores del IV Concurso de Microrrelatos Jorge Hernández, en la categoría general con el segundo premio, ex-aequo. Organizado por Slow Food Zaragoza, con el apoyo de Aragón Alimentos Nobles.

 

Rescatadas del olvido

Recuerdo cuando éramos miles y ahora quedamos unos pocos. Colgados, este año parece que nos guardan para semilla. Un orgullo poder perpetuar nuestro linaje. Nos quitaron las tripas, las secaron y las guardaron en un frasco, en la oscuridad del granero.

Ha pasado mucho tiempo y nadie se acuerda de nosotras. Aquí seguimos, esperando.

Por fin, hoy Andrés Ferrer nos ha venido a buscar. Se escuchan voces muy agitadas. Andrés está con dos jóvenes del lugar que hablan entre ellos:

–Lo ves Chuma, el que la sigue la consigue.

–¡Qué bien, Jesús! Pensaba que no lo íbamos a lograr.

«¿A dónde nos llevan?» se preguntan las inquilinas del frasco. «Veo batas blancas» dice una.

Nos depositaron sobre unas bandejas con tierra, y por fin pudimos germinar y crecer.

A los pocos días, regresamos de nuevo a nuestro querido pueblo, y nos plantaron en el huerto, junto a unas etiquetas amarillas.

Unos días después, un nutrido grupo de personas nos vinieron a visitar, los más jóvenes hablaban de «campo de ensayo» y los mayores les replicaban «estos son los que hemos conocido siempre aquí».

Por fin ahora nuestros frutos se vuelven a valorar como antaño. Que orgullosos estarían nuestros antepasados si vieran la que se ha montado en el pueblo: una asociación, un monumento, un cómic y hasta una calle nos han puesto. Nos llevan de pueblo en pueblo y la gente se emociona cuando nos catan. Aragón ha recuperado un alimento noble: El Melón de Torres de Berrellén.

Segundo premio. Cristina Mallor Giménez.

 

El corte

Siempre recordaría aquel día. Una pequeña ciudad inesperada. Dos bonitas torres mudéjares. Una boda y una catedral. Dos amantes eternos de alabastro. La silueta de un pequeño toro bañada por la luz de la luna. Ecos medievales. Y una mano femenina, fina pero cortante, deslizando hábilmente el filo por la carne, en una sutil y exquisita disección.

–¿Le gusta el jamón, señor?– preguntó la voz que correspondía a aquella mano. Una voz suave como un susurro, pero que lejos de ser inocua, tenía algo de rasgador, como el canto de una sirena para un marinero incauto. Y él, saboreando aquel bocado, esbozando un sí que escapó de forma torpe y apresurada de su boca llena y atónica, comprendió que estaba perdido.

Irremediablemente.

Segundo premio. Elisa Mateo Guillén.