En este convulso final de año, los aficionados a la cerveza artesanal, asistimos estupefactos al anuncio del cierre de dos establecimientos referentes en Zaragoza, Cierzo y La Malteadora.
Dos proyectos ambiciosos que situaban a esta ciudad a la altura de grandes y muy cerveceras ciudades europeas. Cierto es que aún quedan templos en nuestra comunidad en los que disfrutar de nuestra bebida con gran nivel, pero como humanos que somos, nos gustan más las necrológicas que la celebración de los supervivientes.
Se viene hablando de una posible crisis alrededor de la cerveza artesanal, puede ser cierto o un bulo, tan de moda, pero lo que sí que es cierto es que el panorama ha sido complicado desde sus inicios.
En primer lugar, la competencia con empresas más grandes y firmemente asentadas en los establecimientos hosteleros fue una lucha desigual, por lo que conseguir, por ejemplo, un grifo en un bar resultaba una tarea titánica.
Tampoco existía una cultura cervecera popular que distinguiera tipos, clases o estilos de cerveza por lo que una de dos, o te fiabas del consejo de la persona tras la barra o mostrador o te lanzabas al vacío y elegías por cualquier criterio, el nombre, la etiqueta o la recomendación del amigo que había vuelto del Erasmus por Centroeuropa. Eso sí, si la primera experiencia no había estado a la altura de las expectativas, la respuesta siempre era la misma: «Yo me vuelvo a mi caña de toda la vida» y allí acababa el recorrido.
Otro problema importante fueron los canales de distribución. En la mayor parte de los casos, el envío se realizaba desde la propia cervecera con los inconvenientes que acarrea, por lo que algunas de ellas optaron por ser un producto cuya área de expansión fuera muy de proximidad. Tomando el lado positivo de tal circunstancia, señalaremos que los bebedores cercanos a los elaboradores nos beneficiábamos de la frescura del producto. Sería injusto no acordarnos de otros distribuidores que si han apostado y apuestan por estas cervezas y, gracias a ellos hemos podido disfrutar de cervezas que han dejado una huella indeleble en nuestros paladares. Alzo mi copa y brindo por ti, Sergio Ruiz y por tu obra Lupulus.
A todo lo anterior añadimos los problemas de financiación, que efectivamente no son exclusivos de este sector, pero que ahí están, la posible saturación del mercado con un exceso de oferta y los cambios en el gusto de los consumidores que han pasado de consumir exclusivamente IPA’s a preferir las hard seltzer o la kombucha por poner un ejemplo.
Un factor que también podríamos tener en cuenta para intentar analizar el bache que puede estar sufriendo la cerveza artesanal, pudiera ser la competencia que existe entre las cerveceras. Esta situación les ha llevado a posicionar en el mercado un gran número de elaboraciones novedosas con mucha rapidez, buscando diferenciarse del competidor, lo que en algunos casos va en detrimento de la calidad del producto final.
Y para acabar, la pandemia del covid que, como en todos los órdenes de esta humanidad, también influyó muy negativamente en este sector, ya de por si frágil.
Podemos mantener, sin miedo a equivocarnos que los cerveceros artesanales se mueven por una gran pasión por su producto y por dar a conocer otras formas de consumirlo. Innovan, resucitan recetas olvidadas y crean a los consumidores esa expectativa sobre cual será el siguiente paso a dar. Lo cierto es que siempre consiguen sorprendernos cuando abrimos la botella o la lata y saboreamos ese primer trago. Creo que en este caso, debemos seguir teniéndoles fe.