Seguimos con las tristes noticias para la gastronomía aragonesa. Esta semana ha fallecido el estudioso Joaquín Coll, que también era miembro de la Academia Aragonesa de la Gastronomía, de la Cofradía de la borraja y el crespillo de Aragón y de Slow Food, además de muchos otros colectivos no directamente vinculados con la agroalimentación.
Nacido en Lascellas y residente en Barbastro, en cuya vida cultural participó muy activamente, nos ha dejado su libro Manjares del Somontano, editado en 2003 por la Val de Onsera, que resume su lúcida visión de la gastronomía, nunca descontextualizada de su entorno social y económico.
Pues para Joaquín, al contrario de muchos foodies actuales, comer y reflexionar sobre ello no puede desvincularse del origen de los alimentos, de sus modos producción, de la estructura económica de cada sociedad o de las influencias culturales que se han ido posando. Así recordaba como una característica de la cocina del Pirineo la ausencia inicial de influencias romanas y árabes; una línea a seguir.
No era optimista respecto al futuro de nuestra alimentación, «a sabiendas que la globalización de todas las cocinas es un hecho a medio plazo; y ojalá me equivoque». Pero siempre encontraba un hueco para colaborar en las iniciativas que consideraba interesantes y nunca rechazaba una conversación sobre asuntos agroalimentarios.
Necesitamos más militantes como Joaquín Coll y debemos recuperar a todos aquellos, que son muchos más de los que imaginamos, que se han refugiado en sus ‘castillos’ ante la banalización de la gastronomía, ante el espectáculo en que se está convirtiendo, azuzado por incongruentes programas televisivos y lo inane de su presencia en las redes sociales.
La gastronomía es también memoria y aunque se van publicando textos interesantes, amén de miles totalmente prescindibles, las memorias desaparecen. Que no lo hagan calladas.