Vale, confinados se come más. Que si un viaje a la nevera durante la publicidad televisiva, que si un picoteo para acompañar a la cerveza o el vino, que si una recena ligera o un desayuno como si estuviéramos en un hotel con bufé libre. Pero, ¿tanto?
Con ligeras variaciones al alza, la población española consumirá el mismo volumen de alimentos, tonelada más, tonelada menos, que hace unas semanas. No lo hacemos en bares, ni restaurantes, pero seguimos comiendo, en casa o en los trabajos que siguen activos. Y que se sepa, desde el punto de vista metabólico, las pandemias no aumentan el apetito, ni el descenso de actividad justifica un incremento de la ingesta. Otra cosa es la cabeza de cada cual.
Sin embargo, el trasiego de productos de las tiendas –no solo supermercados, que el pequeño comercio sigue abierto en su inmensa mayoría− a las despensas particulares sigue imparable, creciente, sin ninguna justificación sensata, más allá de una cierta histeria.
Nos han repetido hasta la saciedad que no habrá desabastecimiento, que ganaderos y agricultores siguen trabajando para proporcionarnos alimentos, e incluso la industria agroalimentaria ha subido su ritmo de producción para satisfacer a los ansiosos acaparadores.
Las tiendas comienzan a poner restricciones para que se imponga la lógica y esperemos que no tengan que llegar a mayores. Por si acaso, vaya alguna sugerencia: promociones inversas. El segundo paquete, suplemento del 20%; el tercero, del 30%. Todo sea por educar a quien no ha calculado que le quedan cientos de días para consumir esa pasta o se le pudrirán las verduras que no puede aprovechar. Y no, los decretos no dicen nada acerca de que los congeladores sean productos de primera necesidad.
No acumule y disfrute, aunque sea por estas semanas, de productos sin procesar. Compre lo sensato para varios días, hortalizas, verdura, fruta, legumbres… y recupere el placer de cocinar.