Sabíamos que, de forma general, la alimentación es también política, como casi todo. Pero parecía que todavía no había entrado directamente en la lucha partidista. Una vez más, EE.UU. anticipa lo que más pronto que tarde veremos por aquí. Ya hay indicios.
Resulta que los republicanos se afanan en difundir el rumor por el que Joe Biden prohibiría el consumo de carne en su país. ¡Apenas una hamburguesa al mes por americano! Obviamente, es falso, ya que el presidente se refería a reducir las emisiones contaminantes, lo que se consigue, entre otras acciones, con un menor consumo de carne roja, que puso como ejemplo.
El lío ya está montado. Los republicanos comen carne y los elitistas demócratas se van convirtiendo al vegetarianismo y veganismo. Más allá de matrículas y banderitas, lo que uno elija en el restaurante lo identificará políticamente.
¿Lo veremos aquí? Dejando a un lado al minoritario partido animalista PACMA, ¿hay más veganos en el PP o en Podemos? ¿Los votantes del PSOE, son más de chuletón o de ensalada? CHA y PAR, ¿borraja o ternasco? ¿Comen merluza los dirigentes de Teruel Existe, ya que no se cría en la provincia? ¿Optaría Ciudadanos por la carne sintética, por aquello de parecer estar en el centro?
Parece absurdo, pero no lo es. A falta de una sociedad civil estructurada, nuestros partidos políticos se sienten en la obligación de opinar de casi todo, salvo de fútbol. Y así nos olvidamos de lo importante, debatiendo acerca de cuestiones periféricas, que en nada afectan a las estructuras de poder.
¿Son más coherentes los veganos que consumen vegetales de industrias agroalimentarias controladas por fondos buitre, que los carnívoros que disfrutan de la carne de animales criados en libertad?
El problema no reside en lo que uno pueda o no comer, sino en el modelo agroalimentario dominante. Ese que consigue que los garbanzos cocidos y enlatados salgan más baratos en el mercado que los frescos recogidos en la Hoya de Huesca. Que luego le pongamos oreja de cerdo o berza, debería ser opción de cada cual.